jueves, enero 10, 2008

Chinos

(con cariño)

En una nave industrial en las afueras de Shangai, ocho mil chinos trabajan delante de ocho mil ordenadores. Cada uno de los equipos es bastante avanzado, de última generación, y está fabricado allí mismo, en China. Cada uno de los ocho mil chinos mira con atención la pantalla y cada uno de los ocho mil chinos está escuchando algo diferente en su reproductor MP3 (un pequeño regalo de la productora de cine que los ha contratado). Si pudiéramos contemplar la escena en un plano picado, nos daríamos cuenta de que es una estampa bella y aterradora a la vez. Bella por la simetría, algo que buscamos desde pequeños gracias a la evolución de nuestro cerebro, que se ha especializado en reconocer patrones. Y aterradora por esa misma simetría, algo que rechazamos cuando pensamos en los seres humanos, pues todos nos consideramos especiales y nos negamos a creer que compartamos el 99,99% de nuestro material genético con nuestros congéneres. La vida es así. Bella y aterradora. Y si no, pensemos en un tornado en el desierto arrancando de cuajo los cactos y haciéndolos bailar armónicamente en espiral. Por ejemplo. O en un río desbordado anegando un bosque de abetos enormes. O, ya puestos, en el amor.

Lo que cada uno de los chinos está escuchando es muy diferente entre sí. Algunos de ellos oyen música tradicional, otros música rock y muchos de ellos mejoran su inglés con un curso que han descargado de Internet (aunque hay palabras que nunca aparecen en ese curso, como democracy y death penalty pero no les importa porque sí que aparecen money, income, productivity y speed manufacturing). En cualquier caso, el inglés de los chinos es tan parecido al inglés como Hong Kong al desierto del Gobi. Más o menos. Por eso necesitan escuchar una y otra vez las frases del curso de inglés. No creo que sea muy importante saber qué escuchan en sus reproductores MP3, la verdad, pero me ha parecido interesante constatar que, a pesar de tener una actitud similar y de estar haciendo el mismo trabajo, cada uno de ellos tiene sus propios deseos, sus propios miedos y a cada uno de ellos le gusta que le besen de una forma especial. Es decir, que todos son únicos y especiales aunque todos sepamos que la frase anterior es mentira. Y esto sólo es un hecho. Sin más pretensiones.

Cada vez que salen de la nave industrial deben mostrar lo que contienen sus reproductores MP3 porque la productora de cine que los ha contratado no quiere que ninguna escena de la película en la que trabajan aparezca en Internet. Todo se ha rodeado de tanto secretismo que han hecho firmar a los ocho mil chinos un contrato (este sí que era el mismo para todos) en el que debían comprometerse a no desvelar nada de su trabajo a nadie, por cercano que fuera. Ni a sus madres ni a sus padres, ni a sus mujeres ni a sus hombres, ni, por supuesto, a sus amantes; a pesar de la extraña intimidad que se crea entre dos personas que han compartido sus cuerpos. Ni siquiera a sus psiquiatras (aunque sólo uno de ellos va al psiquiatra; están demasiado ocupados). De hecho, la empresa está más que dispuesta a denunciar ante el gobierno chino a aquellos trabajadores que incumplan el contrato. El gobierno chino, en aras del buen entendimiento con una gran multinacional del cine, ejecutaría al sedicioso y, más tarde, según su costumbre, cobraría la bala empleada a los familiares. El procedimiento normal.

¿Qué hacen ocho mil chinos delante de ocho mil ordenadores diferentes de última generación? Ni más ni menos que eliminar la imagen de miles y miles de otras personas que, simplemente, paseaban por las calles de Nueva York y que deben desaparecer para crear el escenario de una de las últimas películas de Hollywood, una Nueva York desolada de la que ha desaparecido la humanidad debido a un virus. Es decir, miles de personas trabajan haciendo desaparecer a otras miles que ni siquiera son conscientes de estar siendo eliminados de una imagen de su ciudad. Que ni siquiera son conscientes de estar en esa imagen.

¿No vivimos en un sitio muy raro?

6 comentarios:

Portarosa dijo...

Sí, muy raro.

Pero más llevadero gracias, entre otras cosas, a textos como tu primer párrafo (las últimas líneas son geniales, creo; aunque lo de ocho mil chinos delante de "un" ordenador me ha sonado raro).

Muy bien, X.

Un abrazo.

La independiente dijo...

Definitivamente raro, sí.

Gracias por el halago. Creo que ha quedado bien el primer párrafo, sí. El tema es un poco friki pero imaginé la escena después de que me contaran que en la última de Will Smith hay 7 minutos de Nueva York desierta. Eso no ocurre nunca en aquella ciudad por lo que me vino a la cabeza el trabajo de chinos que sería necesario para eliminar digitalmente a todo el mundo que se vería por las calles.

Por cierto, ahora que lo dices, sí que suena rara la frase que indicas. Otra vez mi editor favorito da en el clavo. Al final voy a tener que pagarte.

Un abrazo,
Y gracias otra vez.

Anónimo dijo...

Sí, un mundo muy raro. Y lo que es más raro es que la descripción de ese mundo tan dehumanizado transmita emociones tan cálidas.

¿Será la magia de literatura?

Enhorabuena

La independiente dijo...

Hola taliesin,
Gracias por el comentario pero a mí no me parece un mundo deshumanizado, la verdad. Me parece más humano que nunca, lo que pasa es que ser humano está cambiando de significado. :-D De todas maneras, los humanos somos raros, pienso yo.

Según el día me parece bello o aterrador, como digo en el texto.

Un saludo,
X.

Sebastián Puig dijo...

Joder, qué bueno, de verdad.

PD: por una vez, feliz por tu palabra de paso ("sacry")

La independiente dijo...

Gracias, Rythmduel, gracias.

Un abrazo,
X.