El vino corre alegre y el jamón ibérico deja su impresión en la garganta. La gente se mueve sin cesar, formando parte de bullicio, creando la impresión de que el bar es una colonia de organismos en la que cada uno cumple con su función. El humo llena el local, la música suena bajita, para no molestar a la conversación, pero como se trata de un bar español todo el mundo grita y se agita y gesticula y bebe y se mira. Los personajes son los habituales, gente con historias interesantes que contar, pero con las mismas heridas y cicatrices detrás de los ojos. Gente sola que utiliza este lugar de reunión como un apoyo, un ansiolítico o un burdel. Porque todos estamos de acuerdo en no fiarnos de la gente que presume de no tener vicios, tan fuertes y poderosos, tan orgullosos de su fuerza de voluntad, tan íntegros y preparados. Todos estamos de acuerdo en que las cicatrices hay que llevarlas con orgullo y que, por el camino, no nos queda otra que entretenernos. Ya lo decía la canción. Y a eso nos aplicamos todas las noches durante un rato. A olvidar y a olvidarnos, a sentirnos parte de algo, aunque ese algo no sea más que un grupo de lisiados que cojean de una pierna o de otra dependiendo del día que tengan.
Hay muchas maneras de vivir en una ciudad: encerrado en casa como el nonato en su útero, con miedo de respirar por primera vez después de nueve meses, protegidos por nuestros libros, nuestra música y nuestra calefacción o bien ganándonos cada día una arruga nueva, un nuevo microsurco, un nuevo recuerdo, dispuestos a vivir a pesar de todo. Los habituales optamos, huelga decirlo, por esto último. Los habituales nos saludamos dándonos dos besos en las mejillas, una costumbre andaluza que, como el aceite de oliva virgen en la tostada, está conquistando terrenos más allá de Despeñaperros, y hablamos de cualquier cosa excepto de política. De vez en cuando, los habituales tenemos expresiones hurañas y, en esas ocasiones, sabemos no molestar. A veces alguno de nosotros se acoda en la barra y se dedica a emborracharse concienzudamente, con oficio, y entonces los demás no decimos nada porque sabemos que poco se puede decir en esas ocasiones. Cierra a las dos de la madrugada. Nosotros solemos irnos antes.
3 comentarios:
Muy bien. Lo veo.
(Me sobra "acuosos", si me permite usted decirlo; y no sé muy bien por qué, pero me suena a rizo innecesario.)
Con Dios, don Xavie.
Gracias Porto,
Con respecto a su comentario, creo que, una vez más, estoy de acuerdo. El humo y el vino son suficientes para imaginar los ojos enrojecidos. Si es que va usted para crítico literario. Lo corrijo sobre la marcha.
Un abrazo, don Porto.
Eso... se lo dirás a todos.
:)
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