No sabía por qué, pero le dio por pensar en los líquidos. Pensó que, según había leído, el estado líquido era uno los cinco estados de agregación de la materia y que la definición técnica afirmaba que un líquido era un fluido cuyo volumen era constante en condiciones de temperatura y presión constantes. Y que su forma estaba definida por su contenedor.
Lo de la forma y el contenedor le gustó tanto que, en consonancia, decidió que iba a convertirse en una molécula de mercurio, a licuarse, a adoptar la fabulosa liquidez de algunos de sus amigos, capaces de parecer más de uno por estar en varios lugares a la vez. Decidió que en ese momento de su vida, el estado líquido (forma, contenedor) era el que más le interesaba. Se había cansado de los sólidos porque le parecían aburridos: siempre iguales a sí mismos, con la jactancia orgullosa del que no pretende ser más que el que ha sido siempre. Menudo triunfo.
Bah. Él prefería, con mucho, cambiar de contenedor. Y claro, cambiar de forma.
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