martes, enero 05, 2010

Cautiverio

(venganza y homenaje)



El protagonista de este cuento es un escritor preso. Vivimos en un mundo en el que cualquiera puede acabar en una cárcel secreta, con medidas de seguridad mucho mayores que las de Guantánamo. Una cárcel que probablemente ni siquiera sería responsabilidad del Estado sino más bien de alguna Gran Corporación (¿alguien duda de que un futuro próximo serán las Grandes Corporaciones las únicas autorizadas a disponer de ejércitos?, ¿alguien duda de que las acciones de Blackwater no harán más que subir en los años por venir?). El escritor no sabe por qué está incomunicado en una celda de metal, con una música ridícula a todo volumen, no sabe qué ha podido hacer para hacerse merecedor de ese destino, aparte de imaginar historias y personajes, algo que nunca jamás (a pesar de los empeños de las dictaduras) ha tenido la menor trascendencia. Intenta recordar si en alguno de sus libros ha aparecido alguna historia, algún detalle que haya podido llevar a un directivo de la Corporación a hacer una llamada, cuyo destinatario ha hecho a su vez otra llamada, y otra, y otra, hasta que la última persona que ha respondido al teléfono se ha equipado, se ha montado en una furgoneta negra con las lunas tintadas y ha recogido a los tres miembros de su equipo para ir hasta su casa a por él. El escritor está pensando que algunos de sus personajes han pasado por trances parecidos, porque se trata de un escritor raro, que es consciente de que en sus novelas las cosas no ocurren de forma lineal sino que van saltando de un sitio a otro, de un tiempo a otro, de un personaje a otro. Un escritor que muchas veces utiliza trucos de magia y escribe cosas como... «ahora el tiempo hace un extraño y, sí, como en un capítulo de Twilight zone, el avión entra en un bucle espacio-temporal con la fortuna, o la desgracia, de aparecer justo en la trayectoria del avión suicida del que dejó de hablarse tras el 11-S, ese avión suicida del que nunca se supo nada más». Un escritor experimental, mutante, extraño, con fijaciones constantes que aparecen en todos sus libros. Alguien aficionado a las historias de ciencia ficción, anclado a su infancia como si se tratara de un pueblo (¿Canciones Tristes, tal vez?) del que nunca debía haber partido camino de la capital; un autor que escribe páginas de intensidad deslumbrante, que interpela al lector, que escribe en primera persona, que juega a que la literatura puede ser cualquier cosa que queramos que sea; un escritor, en definitiva, que hace que tengamos ganas de escribir y que, a la vez, nos quita esas mismas ganas de escribir porque sabemos, (y lo sabemos, sin duda) que nunca podremos escribir como él. El muy cabrón. Pero ahora (sí, lo siento, esto es una venganza) este escritor esta preso en una celda metálica y no tiene nada con lo que escribir, solo su imaginación, que está, eso sí, llena de mujeres que se dejan caer a las piscinas de la gente en las fiestas, de jugadores de polo argentinos, de mexicanos que se llaman Mantra, de obras menores de la ciencia ficción en las que algunos seres son capaces de percibir el tiempo tal y como es (el pasado, el presente y el futuro sucediendo a la vez, como si todos fueran el doctor Manhattan). Preso en una cárcel sin nombre y sin ubicación, una cárcel que podría encontrarse bajo tierra, en las ciudades subterráneas de Anatolia, o a gran altura, cerca de la sede de la secta de los asesinos, esos secuaces del Viejo de la Montaña. Y allí donde se encuentra, tiembla de miedo, tal vez esperando una ejecución sin fecha que podría llegar en cualquier momento. Ya digo que esto es una venganza.

Pero, reconozcámoslo, no soy capaz de vengarme de alguien así, ni en mi blog, ni utilizándolo como personaje, ni haciéndole pasar por mil penalidades. Porque para vengarse de alguien en su mismo juego, tal vez haya que tener al menos tanto talento como él, lo que no es el caso, así que mejor convertirlo en un homenaje y que esto sea lo que suceda... «el techo de la celda se vuelve ligeramente fosforescente y, poco a poco, se desvanece hasta que un rayo de luz verde, que recuerda a los antiguos rayos láser de las películas de ciencia ficción de los setenta, incide sobre el preso quien, con la cara deformada por la sorpresa, levita lentamente hasta la nave nodriza. Y el tiempo hace tzimtzum y ahora el escritor está en su casa, tomando un whisky con un colega y comentando que últimamente no se le ocurre nada, sobre todo después del esfuerzo de publicación de su última novela, pero que tampoco es tan grave, que las ventas van bien, que parece un milagro que en un país como este haya tanta gente dispuesta a gastar el dinero en leer sus locuras. Y entonces se ríe con una risa franca y verdadera».

2 comentarios:

NáN dijo...

O bien:

De darse de cabezazos contra la pared, lo aprende. Puede desconocer los sentidos sin perder la conciencia de dónde está. Las historias que crea se producen en 3D. Sabe que son las mejores de su vida, que le convertirán en un grande de los grandes. Se da cuenta de que no serán publicadas y vuelve a estar con la conciencia completa en la celda.

Vuelven los cabezazos. Vuelve el aprendizaje. Vuelven las historias trimensionales a todo color, vibrantes. Vuelve la idea de que no serán conocidas por nadie más, pero sonríe ante la idea y sigue creando.

La independiente dijo...

Hola Nan,
Pues sí, supongo que esa también es una continuación posible en una obra de Fresán :-)

Lo de que se producen en 3D sería muy propio.

Un abrazo,
X.