Aún recuerdo sus labios abiertos, su carne roja, sus gafas redondas y cómo daba esquinazo a su novio para acariciarme. Leía poesía y me decía cosas hermosas. De ella me quedó el gusto por los besos interminables, mi odio por Silvio Rodríguez y la seguridad de que el cuerpo es un templo y no un mausoleo. Cuando ahora me la encuentro paseando a sus hijos me parece todavía más dulce que entonces.
Aquella otra mujer tenía un cuerpo breve y sinuoso. Una pequeña venus preshitórica con curvas que eran un altar. Comulgué con gusto en él decenas de veces. Y aprendí que la hostia sagrada de la carne no debe dejarse pegada al cielo de la boca sino tragarse con hambre. Nunca supo quién era Poe pero qué pueden los poetas muertos ante la sangre. Desde entonces se reencarna en otras y de vez en cuando se sigue cruzando conmigo.
Aquella otra mujer reía con ganas y movía la cabeza para que se le airearan los rizos. Disfrutaba de la comida, del sueño y del sexo. Sin embargo, tenía hielo en el corazón. Como una superheroína, era capaz de congelar el ánimo desprevenido de cualquiera que se acercara demasiado. Te tocaba con su mano y un punto muy escondido de tu cuerpo alcanzaba el cero absoluto y se desintegraba para siempre.
Aquella otra mujer era delgada, fuerte y flexible. Sus huesos eran engranajes tan perfectos que pasé media vida mirando cómo caminaba, su elegancia de gato. Pero mirar sus abdominales siempre contraídos me agotaba y me levantaba con la garganta atravesada por las agujetas. Un día nos dijimos adiós y ambos ganamos. Pero hay una cajita en la que se me ocurrió guardar un recuerdo de ella y ahora, por su culpa, la ropa del armario está revuelta.
Aquella otra mujer se defendía del mundo dando amor. Y el amor que daba se había convertido en su coraza, en su traje de adamantium. Ella lo sabía y por eso lo sacaba a diario, cogía el algodón mágico que utilizaba para limpiar la plata y lo frotaba con mucho cariño, con cuidado, sin dejarse ninguna esquinita. Casi siempre acababa con los ojos llorosos porque era alérgica al producto. Y, a veces, se cansaba de frotar sin conseguir arrancar las manchas de herrumbre y musgo que tenían algunas piezas. De vez en cuando saca su propio juego de tacitas de té y las frota sin mucho entusiasmo, sin comprender que si consigue dejarlas brillantes, la luz que reflejan iluminará el cuarto oscuro que tiene en casa y en el que tantas fotografías siguen colgadas, secándose, poniéndose amarillentas lentamente.
9 comentarios:
Escribo poco y leo mucho.
Hay veces que tengo que decir algo y hoy no puedo evitarlo.
Me gusta, me gusta, me gusta
Somos.
Hola Luna,
Gracias, gracias, gracias.
Hola mujer,
Sois, sí que sois. Vuelve cuando quieras.
Saludos,
X.
Y aquella otra...qué bueno los hombres que nos aman como vos, que nos recuerdan como vos. Bonita entrada del Sr.X. Igual porque soy mujer me produce ternura con la ironia de los recuerdos, pero sin ñoñerias ¿eh? Me gusta este Xavie que escribe cada día.
Saludos
Me gusta. Sí, señor. Me gusta mucho así que amenazo con volver.
Precioso.
Hola Divina,
Gracias por tu comentario. Los hombres que amamos a las mujeres, sí. Al menos durante un tiempo. :-)
siempreconhistorias,
Considere esta su casa. Vuelva cuando quiera.
Un saludo,
X
pues no se si me suena a ti o no, pero la verdad es que me gusta este texto...evoca mucho y tiene ese no se que de nostalgia que hace que se te pegue a la piel...
quizá un día podríamos proponer la dinámica en el taller de escribir como...y hacer una vil (o una perfecta) imitación de un compañero...así sin duda nos pareceríamos mucho más a operación triunfo...(total el risto ya lo tenemos...)
un beso!
¿Cómo puede escribirse algo así y quedarse tan tranquilo?. Escirbiendo otras entradas seguidas, en unas horas.¿No necesitaría sentarse a descansar?
A mi también me gusta, me gusta y me gusta.
Gracias anónimo,
Supongo que es un halago. No sé de dónde salen. Pero, no se preocupe, quedan más.
:-D
Un saludo,
X.
Publicar un comentario