Se ha repetido tanto que se ha convertido en un lugar común pero no por eso es menos cierto: es la imaginación la que crea la memoria. Es imposible mantener un recuerdo sin modificaciones a lo largo del tiempo.
Los recuerdos no son películas en technicolor inmutables capaces de deslumbrar en el estreno con sus colores brillantes y su puesta en escena(todos los espectadores con la boca abierta mietras se abren con elegancia las cortinas que cubren la pantalla de ese cine añejo) sino más bien como pequeñas películas de super ocho, rodadas con la cámara al hombro de las que siempre estamos reescribiendo el guión. Siempre. Cassavetes contra Mankiewicz. Revisamos el texto una y otra vez, eliminamos tomas, encuadramos mejor otras, añadimos monólogos interiores, cambiamos el decorado, intentamos fijar las caras que parecen esfumarse (primero el contorno exacto de la cara, después la expresión, lo último nuestros sentimientos frente a los que llevaban aquellas caras) y volvemos a filmar una y otra vez sin descanso utilizando colores fríos o cálidos dependiendo de nuestro estado de ánimo.Muchas de esas películas están desvaneciéndose dulcemente en la filmoteca de nuestro cerebro hasta que una canción, un olor o un sabor mandan al conserje al almacén y después a la sala de proyección, previo paso por la sala donde los guionistas retocan la historia. Muchas cosas se habrán desvanecido. Otras, detalles más bien, aparecerán por primera vez.
Y a lo largo de nuestra vida, unimos esas pequeñas películas cambiantes (películas que se emiten sin descanso en los multicines de las afueras de nuestro cerebro), las clasificamos, las ordenamos temporalmente, les ponemos un título, las antologamos y las convertimos en parte de un proyecto mucho mayor que los estudios se niegan a financiar por exceso de metraje y falta de interés, un proyecto que siempre se denomina "Yo, una vida cualquiera". Siempre le tenemos un cariño especial a esa película pero a veces no nos queda más remedio que reconocer que sí, que igual tienen razón los estudios cuando se niegan a financiarla.
Por cierto, hoy en día casi nadie ve películas mudas, pero el director clásico que inventó el fundido en negro fue D.W. Griffith.
Por si no sabían quién inventó el final de todas las películas.
6 comentarios:
Excelente reflexión. Griffith... ése era otro cine. He visto sólo dos películas, que me parecieron un poco la cara y la cruz: "El nacimiento de una nación" (obra maestra absoluta) e "Intolerancia" (desmesurada y desequilibrada, aunque todavía apasionante). Lo cierto es que ahora, con Internet, uno puede disfrutar del cine mudo si está interesado (lo que es muchísimo decir y me incluyo en ello). Un abrazo.
Gracias, rythmduel, por el comentario pero tú eres un incondicional.
Un abrazo,
Me ha gustado mucho lo de los recuerdos, Xavie. Creo que lo has explicado muy bien.
Un abrazo.
Gracias porto,
Creo que sí, que la memoria crea la identidad y que la imaginación crea la memoria.
Es decir, creo que, en el fondo, todos somos personas imaginarias.
Un abrazo,
Bueno, al menos nosotros sí. :)
Téngalo por seguro, estimado señor de Portorosa, téngalo por seguro...
:-D
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