En el centro de la ciudad últimamente aparecen extraños grafitis en forma de caligramas latinos. Tienen forma de espiral, como un antiguo disco de vinilo en el que los microsurcos fueran las palabras. Todos los dibujos contienen la palabra nihil en su centro.
Una provocación así no podía quedar sin respuesta, por lo que he recorrido incansable los diez kilómetros cuadrados de la ciudad que se pueden considerar casco histórico y he tomado fotos de alta definición de todas las pintadas. El grafitero sabe que estoy tras sus pasos porque, como en el cuento de Cortázar, siempre dejo una marca característica en la pared, para que sepa que lo estoy vigilando. Todos los miembros del departamento hacemos lo mismo. Es una especie de código entre los infractores y nosotros.
Persigo al grafitero para hacerle entender que las paredes de la ciudad no son un buen lugar para dibujar pensamientos poéticos en una lengua muerta, para hacerle entender que si persevera en sus caligramas, estará excitando la curiosidad de la gente. Y eso no es lo que queremos. En esta ciudad de cinco millones de personas, cualquier muestra de originalidad está penada. La originalidad suele ser un síntoma de algo mucho peor: el pensamiento. Y todos estamos de acuerdo en que ese no es el camino.
6 comentarios:
¿Literatura anti utópica, Xavie? Me gusta, sí.
Besote. C.
Sí, literatura desesperanzada...
Gracias, Cal.
Un beso,
Visto el panorama actual, lo que has escrito YA no es ficción, sino la más cruda realidad. Un abrazo.
No soy yo tan pesimista. Al menos no hoy.
Un abrazo.
Yo tampoco soy tan pesimista. Un mero ejercicio de estilo.
Un abrazo a todos,
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