Si, después de cierto tiempo, vuelvo a escribir es porque,
como en otras ocasiones, una obra literaria y una película me llevan a hacerlo.
La novela es Los asquerosos de
Santiago Lorenzo, la película, Tiempo
después, de José Luis Cuerda. Creo, además, que como siempre ha ocurrido en
el arte, las obras cuentan con una suerte de gravedad intrínseca que les hace
acabar convergiendo entre ellas por afinidades que, en muchos casos, no resultan
evidentes (Homero, Joyce y Dan Simmons, por ejemplo).
En el caso que nos ocupa, lo que provoca que ambas obras
recorran trayectorias similares (piensen en una canica girando dentro de un
cono, tal y como recomiendan para comprender de forma intuitiva el
espacio-tiempo) es la búsqueda voluntaria de un idioma diferente, un idioma al
margen de los convencionalismos y estupideces que los distintos medios de
comunicación de masas han ido introduciendo en el lenguaje poco a poco, como
una lluvia fina (decía Nacho Vegas que ha cambiado el significado de algunos
verbos como disfrutar).
En ambos casos, los autores utilizan un idioma castellano
pleno de arcaísmos, localismos y repertorios léxicos poco comunes (mucho más en
el caso de Los asquerosos, que para
eso es una novela y no cuenta con más recursos que el idioma para el escenario,
la tramoya y la trama). En ambos casos, hay una crítica (nada de crítica feroz, creo que esa expresión
jodería a ambos autores por manida y me pondrían por vago la cruz encima sin
dudarlo) al sistema imperante: este neoliberalismo de coaching y autoexplotación
que todo lo pringa con sus feas patitas.
Y, lo más importante, en ambos casos, el humor absurdo es el
recurso utilizado, el humor como última línea de defensa ante la sandez, un
humor ibérico lleno de mala leche, pero que, precisamente por eso, parece
ofrecer cierta esperanza. No sé de qué, pero esperanza.
Háganme caso. Lean la novela. Vean la película. Empiecen bien el año.
1 comentario:
Eso haré.
Gracias.
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