Hay días en los que me enfrento al papel sabiendo de
antemano que no voy a estar ni cerca de lo que pretendo. Normalmente, son
aquellos en los que mi intención es retratar algún sentimiento o emoción
elusivos. Los días de tedio, esa especie de aburrimiento condensado con una
veta desesperación. La crianza, con su rutina informe que todo lo amalgama, llena,
eso sí, de destellos imprevisibles. La nostalgia, esa luz engañosa y agridulce
sobre el pasado. Cosas así. Me pongo a escribir y, rápidamente, me doy cuenta
de que no creo tener nada nuevo que decir. Qué no se habrá escrito de
sentimientos y emociones desde el principio de los tiempos.
Pero hay otros en los que me resulta más fácil, porque para
eso están las citas y los libros. Hablar de los libros de otros es, si lo
piensan, una de las más extrañas y vicarias formas de escritura que puedan
llevarse a cabo. Construir toda una carrera literaria excelente y original
hablando de los libros de los demás ya es el acabose. Me refiero a Vila-Matas, claro.
Es un autor que me gusta mucho, aunque no toda su obra me interesa por igual (obvia
afirmación que puede aplicarse del mismo modo a todos los escritores que nos
gustan).
Estoy acabando su última ¿novela?, Mac y su contratiempo, que, como casi todas las suyas, en el futuro
confundiré con el Mal de Montano o Doctor Pasavento o París no se acaba nunca o cualquier otra. La trama, como siempre,
es lo de menos, aunque en este caso el personaje me caiga mejor que otros. Un
supuesto abogado de mediana edad al que han despedido por problemas con el
alcohol que, al principio, dice haber sido constructor arruinado por la crisis,
que decide comenzar a escribir un diario en el que se plantea reescribir la
obra de un vecino suyo, un tal Ander Sánchez, que compuso un libro de relatos
hace treinta años y que el protagonista pretende rehacer para mostrar sus convicciones
sobre lo que debe ser la literatura.
Parece complicado, pero, en realidad, no lo es tanto, pues no
creo que al autor le preocupe demasiado la trama. Creo que le interesa mucho
más reflexionar sobre el propio acto de la escritura, sobre la significación de
escribir un diario, sobre la mirada vigilante de los escritores en permanente
búsqueda cuando advierten que, poco a poco, se están convirtiendo en personas capaces
de vender a su madre por una buena
historia, que decía no sé quién.
Y lo mejor de esta novela es que me está divirtiendo. Vila-Matas
utiliza una levedad y una ironía muy recomendables en sus libros, haciendo caso
omiso a todos aquellos que piensan que las novelas deben ser sobrias y serias (como
si la profundidad no pudiera alcanzarse con media sonrisa en la cara). De
hecho, Vila-Matas, en muchas ocasiones, no parece un autor español, sino
francés o italiano, dicho sea esto sin intención malvada alguna. Además, es un
escritor interesado en el arte contemporáneo, capaz de deformar su propia vida
para convertirse, él también, en un personaje literario, el típico escritor sobre
el que advierten en las redacciones de cultura de los periódicos: cuidado con
Vila-Matas, que te la lía en la entrevista. Ya saben.
Si no hubiera autores como él, la literatura sería mucho más
aburrida y la trama dominaría aún más la ficción (como si las series no la
hubieran impuesto en las novelas hasta un punto casi insoportable).
Pues eso. Que me lo he pasado muy bien.
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