Después de años sin frecuentarlos, los barrios y pueblos ricos del norte de Madrid me han afectado de una forma extraña, profunda. Llevo pensando en ellos desde hace unos días y mientras más reflexiono más me parecen la representación de todo lo que de fake tiene el mundo contemporáneo.
Dentro de la ciudad hay barrios ricos y barrios burgueses con un alto nivel de ingresos. Pienso, por ejemplo, en el barrio de Salamanca, un barrio de clase alta de toda la vida o en Chamberí, un barrio más burqués que pijo, pero también con un alto poder adquisitivo, aparte de islas como Austrias, Pintor Rosales o Ferraz que también son lugares donde el dinero se ha mantenido durante generaciones, esa característica diferencial de las grandes ciudades que llama tanto la atención a los recién llegados: el dinero rancio, las familias que llevan siendo ricas muchas generaciones y que, por tanto, tienen una relación diferente con él, más utilitaria, si quieren, menos reverencial. Gente que frecuenta el Casino de forma habitual y que saluda a los camareros por su nombre, que tiene su propio palo de billar (de caoba, por supuesto) en la sala, que su abuelo grabó poco a poco con una navajita cuando era oficial en Annual, justo antes de escapar a todo correr de aquellos desiertos de salvajes. Algo así. Dinero antiguo, del de toda la vida.
Los barrios del norte, aún estando habitados por muchos de los descendientes de los primeros, también cuentan con la infiltración de lo poco que ha dado de sí el ascensor social español: ingenieros, arquitectos, directivos de multinacionales a solo dos generaciones del campo y de las alpargatas de labriego. Sin embargo, se muestran mucho más impermeables a la vida. Son como gigantescos paisajes cubiertos de media esfera de cristal, pero sin nieve. Nunca se ven mendigos, los jardines están perfectamente cuidados, no hay basura en las calles, no hay pintadas, la vegetación lo abraza todo y casi todo el mundo es sorprendentemente (y al menos para mí, sospechosamente) similar. Los colores oscuros de piel siempre aparecen justo al final de un uniforme en blanco y negro, en las manos de alguien que atiende tras una barra. Por tanto, no se trataría solo de la tendencia natural que tienen los ricos a relacionarse entre ellos (y los pobres también, aunque por razones diferentes), es decir, no se trataría de clasismo sino, creo, de algo más, de algo más inquietante, si quieren. Es como si las fronteras invisibles que delimitan esos barrios mantuvieran fuera todo lo que no se ajusta a cierta idea preconcebida de la vida. Como en aquel cuentecito oriental de un príncipe al que evitaban toda visión desagradable. Los ricos del centro de Madrid, al menos para ir al Casino, pueden haber visto pobres y putas, mendigos y borrachos. Los habitantes del solo habrán visto gente así en sus viajes de búsqueda espiritual a La India.
Viven en un país diferente al mío. En el que apenas compartimos el idioma, la verdad.
1 comentario:
en sus viajes de búsqueda espiritual a La India
:D
Está muy bien. Aunque desconozco esa realidad, supongo que se reproducirá, en pequeña escala, en alguna ciudad de provincias.
Un abrazo.
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