jueves, junio 02, 2011

Tergal

Hace veinte años, la primera vez que salí al extranjero me sorprendió la variedad de aspectos que la gente de mediana edad tenía fuera. Había gente con el pelo largo, con vaqueros rotos, con pinta de roqueros, señoras mayores con el pelo blanco muy corto y muchos abalorios, etc. Supongo que se hacen una idea. Entonces pensé que en España los hombres y las mujeres se uniformaban cuando pasaban de los cuarenta. Ya saben, pantalones de tergal, faldas por la rodilla, zapatos cómodos para ellos, medio tacón para ellas, como si a partir de cierta edad perdiera importancia por completo el aspecto o, peor aún, como si la historia personal de cada uno fuera exactamente igual a la de los demás.
La generación del uniforme de persona mayor, la de mis padres, fue joven en los setenta y siempre me ha puesto muy triste que además no tuvieran el más mínimo interés en la música, precisamente en la década en la que casi todos los géneros se perfilaron, que no tuvieran discos de Hendrix, de Joplin, de Marley, de los Stones, de los Beatles, de Led Zeppelin. Aquí sonaba Juanito Valderrama, es la verdad, una generación perdida para la música.
Los que escriben en los periódicos, los intelectuales de este país recuerdan una historia diferente, claro. Recuerdan escapadas a París, viajes clandestinos, la revolución de los claveles, vinilos comprados en Londres con el último éxito de los Animals, cuestiones históricas, míticas, que les permiten considerarse coetáneos de los demás europeos, de los que tienen ahora la edad de la jubilación. Y no digo que no fuera así para una minoría de gente con dinero, de gente ilustrada que vivía en Madrid o Barcelona pero la verdad general es otra. Por lo que yo sé, por las historias de mis padres, de mis tíos que tenían mi edad en los noventa, más o menos, ser joven en el franquismo les imprimió unos esquemas mentales en los que, bueno, cualquiera que sacara los pies del plato era automáticamente mal visto por los demás, especialmente en cuestiones estéticas. Ya saben: melenudos, ye-yés, esas cosas que sucedían en España a la vez que Jimi Hendrix prendía fuego a una guitarra y agitaba aquellas manos de dedos largos animando las llamas, en una especie de oración pagana, mientras que aquí sonaba Jeannette y vivíamos en un paraíso de seguridad, y, afortunadamente y excepto en las bases americanas, no había negros desagradables como aquel, no sé si me explico.
Hay que reconocer a la generación de mis padres que ha realizado un gran esfuerzo y que se ha adaptado a todo lo que ha venido después, a los hijos gays, a los hijos punkis, a las parejas que vivían sin casarse, a los nietos fuera del matrimonio, a los divorcios y a compartir a los nietos con varias parejas de abuelos, a los ojos rojos de sus hijos a las siete de la mañana, al volumen atronador de la música en la habitación. Hay que reconocerlo. Pero muchas veces me pregunto que queda de aquel franquismo sociológico en la sociedad que sigue llevando a mucha gente de mi edad a ponerse los pantalones de tergal, los zapatos cómodos y a pasarse media vida silbando una copla cuando pasan de los cuarenta. Tal vez sean los años, no lo sé, pero me escama, la verdad.

2 comentarios:

Divina nena dijo...

Para muchos incluso hay miedo de reconocer pensamientos más abiertos, no vaya a ser que les tachen de rojos... imagína,el tergal y la copla de medio pelo da mucha seguridad todavía. Menos mal que hay señores como usted que sacan los pies del tiesto ;-)

PD: Yo también odio el tergal...

La independiente dijo...

Ahí le has dado. :-)
Menos mal que hay señores como yo que sacamos los pies del tiesto...

El tergal es odioso.

Beso,
X.