martes, mayo 31, 2011

Recortes

Y cuando llegaban a cierta edad había gente que salía del barrio y que montaba un taller y gente que empezaba a trabajar en el negocio de su padre, sabiendo ya que no se movería de allí jamás, que allí compraría un piso cuando encontrara una novia o cuando dejara embarazada a su chica del instituto, otro piso en un bloque de ladrillo visto con las terrazas cerradas con persianas de aluminio. Algunos, los menos, estudiaban en la universidad, otros se hacían aprendices de cualquier cosa y otros dejaban pasar el tiempo con la mirada ausente y fija en el río de coches, casi todos blancos, que pasaba día tras día más lleno, allá abajo en las vías de circunvalación.
Y los años caían con saña encima de la espalda de los que se quedaban, los chavales, ahora con sus barrigas cerveceras y sus hígados un poco afectados por los pelotazos de whisky de después de trabajar, con su colesterol y sus transaminasas altas, con sus incipientes calvicies y sus capilares rotos en la cara y en la nariz. Y uno tras otro iban abandonando los vicios más juveniles y solo se metían una raya en alguna boda y solo fumaban marihuana los fines de semana, justo después de acostar a los niños y antes de poder gemir algo más alto de lo habitual con la mujer. Y acababan por abandonar del todo el hábito cuando eran los propios chavales los que salían a darse una vuelta de noche y los que venían con los ojos rojos del parque, seguro que con demasiada hambre. Y envidiaban a los que no lo hacían, a los que seguían comportándose como si tuvieran veinte años, pero solo superficialmente porque, a pesar de los chistes, a pesar de las bromas sobre la última mujer que pasó por la cama del amigo soltero, sabían bien que sus domingos por la mañana habían sido mejores, al menos mientras los críos fueron pequeños.

2 comentarios:

NáN dijo...

Aquellos tiempos, y padres, estaban hechos para durar y permanecer.

Normalmente era el padre el que, por tener un amigo dentro o simplemente por ver un camino y hacer que el hijo estudiara esa oposición, se encargaba de conseguirle trabajo al hijo.

Y decía: "He colocado a mi hijo mediano en el Banco Pastor". Colocado. Como el que coloca un cuadro de una marina en la pared del salón con el convencimiento de que, el día que le saquen de casa con los pies por delante, la marina siga en el salón y el hijo en una sucursal del banco.

La independiente dijo...

Bueno, Nan,
Llevas razón en lo de "colocar". También mi padre ofreció una comida a los amigos cuando mi hermoano y yo comenzamos a trabajar donde lo hacemos. :-)
En este caso era otra cosa, recortes de mi cuento yonkarra. ;-)

Abrazote,
X.