Algunas palabras dan la impresión de no decir nada: democracia, unidad, pueblo, libertad, justicia, dignidad. Y la verdad es que poco dicen porque nos las han quitado, nos las han robado los genios del marketing que han convertido cualquier cosa en una revolución, aunque sea un descuento en las tarifas del teléfono móvil o un nuevo bronceador, porque la democracia que conoce más la gente es la del teléfono móvil a 1,5 euros el mensaje, porque el pueblo es el lugar donde siempre has pasado las vacaciones tú que eres de Madrid, porque la justicia es un suplicio de años que ojalá no te toque nunca (pleitos tengas y los ganes), porque la dignidad se ha olvidado cuando tanta gente está dispuesta a vender su intimidad a cambio de cuatro perras y a su madre porque la sacaran en la televisión. Así que parece que lo primero que tenemos que hacer es recuperar el valor de las palabras. Ya ves, a mí que me decían que estudiar letras no servía para nada, a mí que me decían que por qué no estudiaba un máster de administración de empresas.
No quiero caer, a mis años, en la alabanza fácil de lo que está sucediendo en las plazas. El cínico que me habita y que se ha ido construyendo tras muchos años trabajando en una gran empresa y dedicándome a la vez a muchas otras cosas, me lo impide. Y hay muchas cosas criticables: la reunión de intereses dispares, la dificultad de articular un discurso, y también los malabares, las flautas y los perros, a qué negarlo. Pero yo no quiero ser cínico, yo quiero pensar que la avaricia alguna vez dejará de ser el motor que mueve nuestro mundo aunque esto suene pueril. Los genios del marketing también han conseguido que suene pueril cualquier discurso que hable de cambio. En Occidente el único cambio que se mira con buenos ojos es el cambio de teléfono móvil.
He vivido como adulto los últimos 20 años en España y lo he visto, he trabajado y estudiado con ellos, los que son diez años más jóvenes que yo, y los entiendo. Los últimos para los que se cumplió aquello de que estudiando tendríamos un futuro mejor que el de nuestros padres tenemos cuarenta años. Fuimos la primera generación española verdaderamente europea, los primeros Erasmus, aprendimos idiomas, viajamos, trabajamos desde jóvenes, estudiamos. Para algunos de nosotros sí que funcionó aquello que nos decían, funcionó y tenemos buenos trabajos aunque hayamos ido viendo cómo nos aprietan cada vez más, como nos hacen pensar en un futuro de viejos desamparados, como nos meten miedo. Pero tenemos buenos trabajos. Somos la generación del poder, los que militamos en partidos políticos, los que nos sentimos más o menos protegidos por los sindicatos, los que conseguimos llegar.
Decimos que la crisis provocada por la inflación mundial de la codicia la hemos acabando pagando nosotros, los que no nos enriquecimos, los que tenemos una nómina y pagamos la cuarta parte en impuestos, no los que gestionan su patrimonio a través de sociedades, esos no. Nosotros. Es cierto. Pero para una persona con un puesto de trabajo estable lo único que ha hecho la crisis es reducir su cuota de la hipoteca. Así que no nos quejemos tanto. Para una persona con un puesto de trabajo estable lo único que ha pasado es que ya no nos sale tan barato viajar a los Estados Unidos. Tenemos miedo, sí, y gastamos menos, pero hay mucha gente como yo. Repito: no nos quejemos tanto.
Los que vienen detrás, sin embargo, hablan más idiomas que nosotros, han viajado más y se han preparado más, y tienen un muro delante, un muro o una mochila y un adiós a este país miserable que gasta miles de euros en formar a gente que tiene que emigrar para conseguir un sueldo digno. Dignidad. Otra de esas palabras.
Los conozco bien, ya digo, he trabajado con ellos, he estudiado con ellos y ha sido una suerte haberlos conocido y tenerlos como amigos. No porque sean más jóvenes sino porque han conseguido que la esclerosis de las ideas que acompaña a la edad (esa mirada de conmiseración que se nos pone a las personas maduras cuando los jóvenes proponen cosas idealistas) se me haga más ligera.
Y creo que llevan mucha razón en los motivos de su protesta, creo que están consiguiendo algo que ningún partido había conseguido en los últimos años, que es hablar de política sin que esa palabra suene pringosa y sucia. Otra palabra recuperada más.
Yo no sé ustedes pero yo preferiría que se quedaran aquí. Que no se fueran a Alemania o a los Estados Unidos. Aunque los vuelos sean baratos.
1 comentario:
Muy buen texto y muy buen alegato, X.
Un abrazo.
Publicar un comentario