No podríamos apreciar lo que nos gusta estar en casa si no tuviéramos que pasar días y días a la intemperie, buscándonos la vida, ni disfrutaríamos de un paseo sin prisas por el Rastro si no hubiéramos tenido que trabajar los domingos durante tantos meses a las doce de la mañana, ni tampoco nos gustaría tanto ver una película, incluso española, acompañados y sin ningún plan posterior. Nada para apreciar el tiempo libre como no tenerlo nunca. Nada para apreciar la tranquilidad amable de los días que haber vivido un período turbulento durante una temporada. Supongo que, en realidad, lo que quiero decir es que todo es cuestión de contraste. Que necesitamos vivir a un lado y otro de la línea para hacerlo intensamente.
Y que no necesitamos mucho más.
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