Viajar al mar, mirar el horizonte, escuchar el chillido de las gaviotas, oler el salitre. Comer espetos de sardinas, gordas, frescas y grasientas sardinas, de piel crujiente hecha al fuego de leña. Disfrutar de un larga sesión de sexo a la hora de la siesta. Que después me revuelvan el pelo, por detrás, que me rocen la espalda o me toquen en el brazo y que lo hagan sin darle importancia, sin ni siquiera mirarme, con la calidez habitual, con la calidez de todos los días.
No es mucho pedir, ¿no?
2 comentarios:
¿Tú crees? Um, yo diría que es pedirlo todo. Pero por soñar que no quede ;)
Es real? Te has enamorado otra vez?
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