Aunque resultara extraño para una empresa granadina, el día de San Patricio era nuestra fiesta oficial. A fin de cuentas trabajábamos en la sucursal española de una multinacional irlandesa que no abría ese día y en España también aprovechábamos la víspera para hacer una visita al pub, tomar más Guinness de la cuenta y sentirnos un poco más internacionales que la mayoría de jóvenes de la época.
La verdad es que lo éramos, no solo lo pretendíamos. Lo éramos y visto desde ahora, aquella vida nos hizo bien, aquel empezar a hacerse adulto acompañado de amigas que tenían toda su ropa desperdigada por casas desvencijadas del Albaicín, todo escaleras y recovecos, con fantásticas vistas sobre la Alhambra desde la azotea, amigas guapas, listas, libres y cosmopolitas; aquellas escenas en las que uno se descubría bebiendo de más junto a un alemán desconocido, compañero y encargado de enseñarle la ciudad, en un pub de Temple Bar en Dublin mientras alucinaba con la música en directo; aquellas largas jornadas veraniegas de cervezas y tapas y charlas interminables sobre escalones de empedrado, en cualquier callejuela del casco histórico, compartiendo el humo de una hierba fresca y rara, como cantaba El Pele; aquel no darle importancia al dinero, aquellos atracones de Triana y Pata Negra y humo aromático de Ketama, aquella sensación de ser andaluces pero de serlo de forma diferente, aquellos cientos de libros. Sí, aquello nos hizo bien, de la manera que uno solo puede advertir cuando ha pasado tanto tiempo que resulta extraño recordar escenas que tienen quince años, y decirlo así: quince años.
Y aquí estamos. Y ya no somos los mismos pero tampoco hemos dejado de ser aquellos.
1 comentario:
Dolche vita, esencia de una memoria incierta...
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