Acaba de terminar un libro (que ha comenzado sin convicción y con el que ha acabado sintonizando, no tanto por el estilo sino por las cosas que se cuentan en él y por la, digamos, sinceridad que el libro desprende, a pesar de que él siempre ha sido muy partidario de la mentira ingeniosa como combustible de la ficción) y ha mirado como al descuido lo que podía ver en su local, en el sitio en el que lo ha hecho y ha notado una sensación curiosa, entre la satisfacción y la plenitud, para la que seguramente no haya palabra exacta, al contemplar las vigas viejas, el suelo claro, y las estanterías con muchos más libros por leer. Y ha pensado: no es mala manera esta de pasar una tarde de domingo.
El libro es "Cosas que los nietos deberían saber" de Mark Oliver Everett, por si se lo preguntaban.
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