A veces se apodera de él un extraño sentimiento de tristeza que no sabe bien a qué achacar. Una tristeza difusa, a menudo en los mejores días, en esos en los que ha despertado acompañado y le han besado antes de ir a trabajar, esos días en los que el calor de otro cuerpo parece apresarlo en la cama y todo en la habitación le grita que se quede durmiendo.
Piensa que tal vez tenga que ver con la nostalgia del porvenir, con tener la absoluta seguridad de que todo, lo excelso y lo trágico, pasará por su vida y se irá, dejándole algún surco que otro en la piel y el recuerdo, siempre tan poco fiable, de una sensación, apenas una sombra, el rastro de perfume que alguien deja tras de sí en una habitación vacía. Una nostalgia esta que no sentía cuando todo estaba intacto y creía, cómo no, en ese mismo porvenir, tan extrañamente similar al presente, tan parecido a sí mismo. Cuando todo era nuevo y poderoso y el futuro era una palabra vacía, aún no contaminada de pasado.
Se levanta y mira por la ventana y ve el skyline de su ciudad, la línea por donde comienza a amanecer.
Se ducha con agua muy caliente, observa sus arrugas al espejo, se viste con mimo.
Los faros de los coches trazan estelas allá abajo.
4 comentarios:
Te leo muy tercerapersona últimamente cuando se huele quién narra.
Siempre se huele quién narra, ¿no?
Lo de la tercera persona en este caso es una estricta cuestión de distanciamiento. :-)
Pero mi último e incomprensible cuento para el taller estaba narrado en primera persona. Todo el rato. ;-)
Beso,
X.
Qué bien funciona la nostalgia literaria cuando está bien narrada.
Pincelada que (inventada o no, qué más da) se percibe sincera, no impostada, y por tanto creíble. Eso es literatura.
leyéndote, la felicidad se me antoja extrañamente dolorosa
(y me temo que no puedo estar más de acuerdo...)
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