viernes, septiembre 24, 2010

Assilah III

La playa de Las Cuevas, a la que llego al día siguiente tras una odisea en bicicleta, es larga [inserción desde el futuro: y también intermitente, tal y como podría comprobar en los días posteriores, ahora está, ahora no, sometida a las idas y venidas del mar debido a las mareas atlánticas], una media luna perfecta de arena a los pies de un paisaje árido que me recuerda al Cabo de Gata.
Pasean por ella unos caballitos pequeños y sucios. Las turistas que los montan son demasiado grandes para ellos y la estampa me divierte. Pienso que estoy haciendo el viaje ideal para haber tenido quince años menos, la playa, Marruecos, el humo, la pereza. Recuerdo Caños de Meca un par de décadas atrás. El mar suena, incansable. El viento podría volverte loco. Probablemente ya lo está haciendo. La comida es buena, el pescado, fresco. Yo no soy musulmán y no tengo por qué respetar el Ramadán.
Me está encantando Homer y Langley de E. L. Doctorow. Tiene un talento descomunal. Hay que tenerlo para ser capaz de recrear la historia de dos hermanos excéntricos y adinerados de NY desde el punto de vista del hermano ciego. Y mantener el tono toda la novela. A mí me parece casi imposible. La mayoría de los libros que he traído en esta ocasión son norteamericanos. Las olas son el terminar del latido del mundo. Pienso en capilares sanguíneos de diámetro ínfimo batidos por el ritmo del corazón.
Sigo aquí (este aquí, este deíctico de lugar, por ponerme técnico, siempre me ha fascinado: es un lugar que ya no lo es con la relectura, por eso las notas de viaje te permiten recordar mejor que las fotografías, la palabra tiene algo extraño, encarna la realidad, se ve poseída por ella en un grado mayor que las imágenes).
El viento azota (¿azota?, ¿recorre?, ¿agita?) la playa. Pienso. Leo. Descanso. Espero un par de horas hasta que consigo un coche que me lleve de vuelta a mí y a la bicicleta. Regreso.
Ahora (otro deíctico, este de tiempo) estoy sentado esperando la cena. He pedido comida marroquí. Reflexiono sobre esta frase. Nunca he pretendido escribir guías de viaje, creo que este cuaderno es otra cosa, un cuaderno vuelapluma con cierta pretensión, digamos literaria. Intento contar mis días. Hace unos días escribí un microensayo en el que reflexionaba sobre la densidad que tienen los hechos apresados en papel, sobre la facultad de las palabras de dar cuenta de una vida más verdadera que la vida, tan llena de huecos, de espacios muertos de tiempo, colas, esperas, aburrimiento y hastío.
Más tarde vuelvo al bar con música. La torre portuguesa es como la de Belem pero de piedra y pintada de blanca. En Marruecos nadie comparte conversación con mujeres. Las mujeres sentadas a las mesas de los hombres solteros siempre son turistas. Llego a la conclusión de que no podría vivir aquí. Qué extraño que toda tu vida social sea con hombres. No. No podría vivir aquí. He visto a una mujer sola, turista, leyendo tranquila y sonriendo a todo aquel que pretendía trabar conversación pero dando a entender que deseaba seguir sola. He pensado que no era fácil. Si me la encuentro mañana se lo diré. Me gusta el sonido de fondo de la medina, la ciudad late de noche.

4 comentarios:

María a rayas dijo...

He leído en la primera línea la palabra bicicleta y ya me ha empezado a gustar la entrada (aunque me he quedado ahí, porque he tenido que salir corriendo a escribir un comentario...)

dicho esto, voy a terminar (o empezar) a leerlo

beso desde la ciudad de las bicicletas (más bellas, viejas y maravillosas del mundo...en serio, me enamoro a cada paso)

María a rayas dijo...

me gusta, sobre todo las disgresiones...es casi como estar en tu cabeza (o estar escuchándote)

beso

La independiente dijo...

Gracias, María
Hay más, bastante más. Espero no aburriros.
Un beso desde Madrid, fibra óptica y ladillas que decía Sabina.

Portarosa dijo...

Tienes talento para las metáforas científicas, o cientifistas, como la de los capilares.

Un abrazo (estoy poniéndome al día contigo, pero llevo mucho retraso).