jueves, marzo 18, 2010

Barrio VI

Solíamos frecuentar un bar en el que el humo apenas te dejaba ver la cara del amigo que se sentaba enfrente de ti. Un lugar de música atronadora, una constelación de ojos rojos y cazadoras de cuero. El dueño se llamaba Jose y había sido yonqui de heroína unos años antes. Aunque él se consideraba un ex yonqui, la verdad es que seguía drogándose habitualmente, tomaba anfetaminas, cocaína, LSD y éxtasis, fumaba hachís y marihuana pero, eso sí, la heroína ni la tocaba. Conocimos a más de un Jose en la época, alguien que ha estado enganchado al jaco y que si consigue dejarlo ya nunca más se considera un yonqui (aunque para ello deba encontrar otras maneras de ausentarse de sí mismo, ausentarse lo suficiente para no pensar en ponerse un pico, porque detrás del primero ya vendrá el segundo y el tercero, no pensar en ponerse un pico aunque haga falta estar colocado para ello, no pensarlo aunque resulte extraño vivir colocado para poder dejar de estar colocado). Y un buen día, tiempo después, vas caminando por la calle y te llaman, y oyes tu nombre a media voz y cuando te giras ves a Jose. Y pesa quince kilos menos. Y piensas: Ya está. Y te ofrece lo mismo que fueras a comprar a aquel bar. Y te dice que no le ha ido bien. Que el bar cerró. Que discutió con su hermano. Y tú dices: Me alegro de verte. Pero es mentira. No te alegras en absoluto.

Supongo que recordar así a alguien no es justo, ignorar conscientemente quién era y reducirlo a la pobre estampa de un yonqui necesitado, convertirlo en un estereotipo, un pobre desgraciado, un perdedor, un inconsciente, un enfermo. Sobre todo si recuerdas las conversaciones en su bar, los cursos que hacía de vez en cuando con la vana esperanza de cambiar de vida, recuerdas las veces que pagó la ronda, las miradas que le dirigía a su novia. No, no es justo. Y otra vez toma cuerpo en tu cabeza aquella imagen que no consigues olvidar, aunque no sepas muy bien por qué: dos yonquis que duermen abrazados en invierno en una plaza, muy deteriorados, en las últimas y abrazados, a punto de irse y abrazados, con un grado de compromiso que nunca tendrás con ninguna mujer. Porque a lo que se han comprometido es a acompañarse hasta el fin. Que está ahí el fin. Que se le ve venir. Y por eso se abrazan. No porque tengan frío, no.

8 comentarios:

Barachet dijo...

Ahora pienso que fue una heroicidad no caer en la trampa en aquellos tiempos que no había apenas información, ni biblios, ni instalaciones deportivas, como ahora hay.

Buenas estampas de aquella realidad.

Saludos

La independiente dijo...

Bueno, tampoco es para tanto, creo yo Felipe. Una heroicidad desde luego no. Fuimos muchos los que pasamos por allí y no caímos.

Y que nos divertimos muchísimo...

Otros se quedaron allí. Qué vamos a hacerle.

Y gracias por el comentario.

X.

Barachet dijo...

Por supuesto que hubo muchos buenos momentos, inolvidables.

En mi caso hubo años que tuve que hacer verdaderos esfuerzos mentales para no sucumbir e irme con la gente equivocada, no tanto por la droga como por el dinero fácil, aunque una cosa llevaba a la otra, claro.

Saludos



Saludos y gracias.

María dijo...

Me gustan mucho estas historias de Barrio Xavie. Esta en concreto me emociona.

Un beso

bpb dijo...

Gracias.

La independiente dijo...

María,
Gracias por lo de la emoción. Supongo que eso es lo que buscamos.


bpb,
De nada, pero... ¿por qué? :-)

Un saludo,
X.

Portarosa dijo...

Qué bueno, X.

(Con alma, ¿eh?, con mucha alma :D )

La independiente dijo...

Gracias Porto,
Alma, mucha alma, sí. Esa es la nueva actitud.

Un abrazo,
X.