miércoles, marzo 10, 2010

Barrio IV

—Alucinante, tú, alucinante. No te imaginas la gente que se mete. Estaba el otro día en casa uno de los del bar, del Migue, y se puso unos tiros y una mujer (pero una mujer de mi barrio con niños y todo, no te vayas a creer que es una de las novias habituales) que había ido a la casa a no sé qué, no dijo que no tampoco. Le dijeron que si le apetecía y se metió una raya con una soltura... Yo flipé.
—Ya.
—Flipé, en serio.
—Bueno, no sé de qué te extrañas. En tu barrio se mete todo el mundo.
—Sí, pero como me iba a imaginar yo que hasta mi vecina se metía. Es que no pongo la mano en el fuego por nadie.
—Y tanto.
—Y luego sacaron una jeringuilla y me dijeron que si lo había probado en la vena.
—No me jodas. Espero que no hicieras ninguna gilipollez, tú.
—No, no. Dije que no.
—Menos mal. Era justo lo que te hacía falta, compadre.
—Sí. Y luego en mi casa me hinché de llorar. Porque, por un momento, me lo estuve pensando, amigo, por un momento estuve a punto de decir que sí.
—Venga, que no es nada. Tú no eres como ellos. Tienes una vida y tienes amigos. Mira como está el Jeromi, coño. Ya sabes dónde lleva eso. Pero tienes que dejar de salir tanto entre semana, joder, que cualquier día es bueno ya. Algo tienes que hacer.
—Sí. Algo tengo que hacer.

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