—Dame el reloj —dijo el mayor de los tres mientras me presionaba ligeramente con un pincho en la garganta.
—Ni de coña, si quieres el reloj vas a tener que pinchar —contesté yo en un alarde de inconsciencia propio de la edad.
Siguió presionando hacia arriba y tuve que levantarme poco a poco para evitar el corte. El tipo, de unos veinte años, moreno y con cara de mal bicho, me miró a los ojos y creo que vi admiración aunque ya no estoy seguro, claro.
—¿Sabes por qué no te he quitado el reloj? Porque tienes cojones. Yo no quiero tener que ver con esto —dijo a los otros dos colegas justo antes de guardar el pincho y apoyarse tranquilamente en un bolardo verde a ver cómo acababa todo.
—Dame la cazadora —le dijo el más pequeño a mi amigo mientras le apoyaba un cuchillo pequeño en la barriga
—Lo que te voy a dar es una hostia que te voy a encender, enano. —contestó mi amigo sin dejar de mirarlo a los ojos.
Entonces el pequeño continuó intentándolo con el resto del grupo y consiguió que dos de los miembros del grupo, hermanos, les dieran un reloj y una cazadora. Nosotros dos, mi amigo y yo, envalentonados, empezamos a gritarles que si tenían huevos que soltaran las navajas, que si tenían huevos solucionaran aquello como hombres. Mi hermano me avisó de que aquello era una estupidez. Si los dueños no habían sido capaces de evitar que les robaran, si no se habían enfrentado a los dos tipos aquellos, era su problema. No íbamos a arriesgarnos nosotros por unas cosas que no eran nuestras.
Meses más tarde, nos enteramos de que el más pequeño —el enano— se llamaba Eufrasio y que con doce años había violado a un niño de diez, algo por lo que lo habían encerrado en el reformatorio. Tal vez se tratara de un rumor, no sé. Siempre era así: alguien contaba algo que le habían contado. Supongo que, a medida que las historias circularan de boca en boca, se irían cargando de tragedia, se irían enriqueciendo con detalles truculentos. Ahora parece difícil creer una historia así. Ahora los yonquis que quedan están muy mayores y muy delgados y siguen vivos de milagro y la mayoría de los que frecuentan las plazas son alcohólicos y mendigos. Entonces era diferente. Aunque todo parezca cubierto de bruma y no esté seguro del todo de que aquellas historias fueran ciertas. Tal vez todo solo fuera ambientación, parte de aquella mitología propia, de aquel folclore constuido con relatos apenas creíbles, con personajes míticos, con pequeñas historias del lumpen que por entonces llenaban nuestras conversaciones y que ahora parecen falsas. No lo sé. Pero sí sé que bastantes conocidos no llegaron a cumplir los cuarenta y ya siempre serán jóvenes, muertos pero jóvenes. Y que las fotografías con sus caras amarillean colgadas en las paredes de los bares que frecuentaban.
2 comentarios:
Xavi,
Estas crónicas de barrio me parecen estupendas, son absolutos estudios sociológicos de los años 80/90(aunque esto también lo digo yo de la copla española clásica, je, je, de los años 40/50), muy visuales, casi cortometrajes.
Me vienen a la memoria Carver y Shepard de pronto.
Gracias bpb,
Gracias por las comparaciones. Shepard siempre fue uno de mis preferidos (y no solo por lo que escribía, la verdad).
Y supongo que lo único que hago es escarbar un poco en mis recuerdos. :-)
Un saludo,
X.
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