Las tardes desocupadas solíamos quedar en El bar de Carlos para tomar café y pasar horas y horas hablando de cualquier cosa, mirando a los parroquianos que bebían cubatas y vivían sentados a la barra, mucho antes de que nos diéramos cuenta de que pasar así la vida no era más que ir dejándola ir poco a poco sin pena ni gloria, dejarla deshacerse sin ruido. En cambio, entonces solo se trataba de gente que pasaba mucho tiempo en el bar, como nosotros, ni más ni menos. Bebían whisky a las siete de la tarde del martes con el oficio y la dedicación del que está acostumbrado a levantarse siempre con resaca y charlaban interminablemente con los dueños, Carlos y Rafa, sus amigos del barrio.
Antonio, uno de los habituales, siempre alardeaba de no tener que trabajar por haber quedado cojo en un accidente de coche y cobrar una pensión de invalidez. Había tenido suerte y no había muerto ni tampoco había quedado inválido sino solo ligeramente cojo y, como muchos otros, pasaba en el bar gran parte de su tiempo, siempre libre. Era un tipo gracioso el Antonio: ocurrente, rápido y orgulloso de vivir a costa del contribuyente, algo que no era ninguna vergüenza en un lugar en el que el trabajo siempre había sido un castigo y poder escaparse de esa cárcel, aunque fuera a costa de perder un poco de movilidad, no nos parecía el peor de los destinos, la verdad. Y fue Antonio el que nos contó la anécdota uno de los días que bajamos al bar.
—¿Sabéis lo que pasó ayer?
—No, ni idea.
—Pues a estos, que los atracaron.
—¿A quiénes?
—Coño, pues al Carlos y al Rafa, aquí en el bar.
—No me jodas, ¿y qué pasó?
—Pues por lo visto una movida...
—¿Qué movida?
—Entraron dos tíos con la cara tapada. Uno con una pipa y el otro con una fusca. Justo a la hora de cerrar.
—Coño, ¿y qué pasó?
—Pues que se equivocaron de bar —dijo el Antonio —. En el momento en el que los vieron entrar, el Rafa, que estaba detrás de la barra, empezó a tirarles botellas y Carlos les tiró un par de sillas y luego la emprendió a hostias con el de la pipa.
—Joder, qué huevos.
—Y tanto.
—¿Y qué pasó al final? ¿Les dispararon o algo?
—Qué coño. Acojonaos que se fueron. Por pies. Si se quedan, estos dos se los llevan para alante. Tenías que haber visto al Rafa en la puerta diciendo: «Eh tú, hijoputa, que sé quién eres, que tú eres el Canijo, que acabas de salir del talego, que te conozco del barrio de toda la vida, que sé quién es tu madre, que si te veo por ahí te reviento, cabrón. Es que te reviento.»
4 comentarios:
Me encanta tu blog. Lo estoy siguiendo y cada día me gusta más.
Un saludo.
Ana Julia en Red
Pues muchas gracias Ana Julia,
Bienvenida y vuelve cuando quieras...
Un saludo,
X.
A mi también me mola el Blog, y estas historias de Barrio me recuerdan mucho a donde me crié.
Los 80, la década de los "kinkis", el "caballo", las bandas, buff...
Creo que era más peligroso antes andar por ahí que ahora o esa es mi sensación.
Aún recuerdo el miedo, sí, verdadero miedo, tensión real, cuando me tocaba coger el cercanías que pasaba por mi barrio, por ejemplo.
Bienvenido Felipe,
Pues sí, supongo que al final todos los barrios se parecían y era más la época aquella que otra cosa.
Un saludo y vuelve cuando quieras.
X.
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