Cuando mi madre salía, nos dejaba con la tía Vane. No nos caía muy bien y siempre nos estaba diciendo que no revolviéramos en los cajones y que no hiciéramos demasiado ruido porque tenía resaca, que es lo que tienen los adultos cuando beben más alcohol de la cuenta, según mi hermana, pero no podíamos elegir. A mí el alcohol no me gusta, de eso estoy segura. Lo probé con Ana un día que la tía Vane se descuidó y me ardió la garganta y se me saltaron las lágrimas y tuve que ir al servicio a vomitar mientras mi hermana se reía de mí, y por eso no entiendo como a los mayores les gusta tanto, pero supongo que pasa como con el tabaco, que también es asqueroso y los mayores, sin embargo, no dejan de echar humo todo el rato. De todas maneras, ya no tenemos que ver a la tía Vane porque ahora mamá ya nos deja solas sin problemas y porque, según mi madre, la tía se ha liado con un indeseable y no es muy seguro que pasemos la noche en su piso. A mí me parece bien porque tampoco me gustaba demasiado pasar la noche allí, la verdad. Aquel piso, el que estaba justo enfrente del nuestro en el pasillo, apestaba a colillas y no estaba muy limpio, con todas esas botellas vacías en la cocina.
Y fíjate, a pesar de lo mal que huele, que no lo soporto, a mi hermana Ana sí que le gusta el tabaco, porque después de aquella noche en la que durmió fuera y en la que mi madre se bebió tres copas (algo que no hace nunca porque dice que el alcohol es la peor de las drogas y que si te agarra no te suelta nunca) dice que se ha ganado el derecho de fumar donde le dé la gana. No sé. A mí me molesta que fume en el cuarto porque a la hora de dormir huele mal pero no se lo digo porque muchas veces veo que se echa a llorar sin hacer ruido y entonces enciende un cigarrillo y parece que la consuela. Yo no sé porque está triste pero cuando le pasa eso me meto en su cama y le doy un abrazo y a ella parece que le gusta porque se queda quieta, sin hablar, sorbiéndose los mocos hasta que se tranquiliza. Y luego se duerme y no tiene pesadillas.
Aquella noche no me extrañó que no estuviera a la hora de cenar porque había empezado a salir a cenar fuera algunos días, como mamá. Pero sí que me sorprendió haberme despertado de madrugada y no verla en la cama de al lado, como el resto de las veces. Ana llegó a casa a las diez de la mañana, en el coche del tío Juan, un coche grandísimo que tiene y del que presume siempre mucho porque es alemán y parece que los coches alemanes son lo mejor, un auténtico prodigio de la ingeniería alemana, como siempre dice él, aunque yo no sepa lo que significa eso demasiado bien. Y mi hermana se bajó del coche del tío muy seria y estuvo un día entero sin salir de su habitación. Y a los dos días fue a donde el Antuán a que le borrara el tatu que se había hecho unos meses antes.
Yo, de verdad, es que a mi hermana no la entiendo, tanto tiempo dando la murga para que mi madre la dejara hacerse un tatu y luego va y se lo borra. No sé, debe ser la adolescencia, como dice a veces mi madre. El caso es que el tío Juan tiene un tatuaje en el cuello, una estrella de cinco puntas pequeñita y siempre nos lo enseñaba muy orgulloso. A mí me gustaba bastante pero a mi hermana le encantaba. Tanto, que estuvo durante cuatro meses pidiéndole a mi madre que la dejara hacerse uno hasta que mi madre dijo: “Haz lo quieras, por Dios, haz lo que quieras, ya no soporto más tener que aguantar la misma cantinela todos los días, déjame en paz”, que es lo que suele decir cuando está harta de nosotras, y que va siempre antes de: “No sé qué habré hecho yo para merecerme este castigo. No os soporto. A veces, de verdad…”, y de echarse a llorar. Pero luego se arrepiente y nos abraza y nos dice que no le hagamos caso y que nos quiere mucho. El caso es que mi hermana aprovechó que mi madre tenía uno de esos días en los que no se le puede hablar mucho, en los que tiene ojeras y, a veces, marcas en el cuello, como si un vampiro le hubiera mordido por la noche. Casi siempre está así después de las noches en las que sale con el tío Juan, que se pone guapísima, con su minifalda y los tacones más altos que tiene, con las tetas bien visibles porque mi madre siempre insiste en que si queremos gustar a los hombres tenemos que estar atractivas y que a los hombres lo que les gusta de verdad son las tetas y los tacones. Yo todavía no tengo tetas pero llegará un día en que las tendré por lo menos tan gordas como las de mi hermana, que, según dice mi madre tiene unas tetas preciosas. En fin, que como era uno de esos días y mi madre le dijo que podía hacer lo que quisiera, mi hermana aprovechó la oportunidad y fue a su cuarto a sacar dinero de un estuche que tiene, que me lo ha enseñado y que yo sé que tiene mucho dinero, billetes verdes y todo, y cogió dos billetes grandes y salió corriendo. Cuando volvió me enseño orgullosa una rosa que se había tatuado en el hombro y que todavía estaba hinchada y roja y cubierta por una gasa para que no se infectara. Y al mes ya no estaba hinchada y la verdad es que le quedó preciosa. Y después de todo aquello, ahora va y se la quita. Le ha quedado un trozo de piel en el hombro bastante feo y aunque ella dice que con el tiempo la cicatriz apenas se notará, yo no acabo de creérmelo.
No sé por qué ha decidido borrarse el tatu con lo bonito que era, pero, bueno, ella sabrá. Mi hermana a veces tiene sus cosas y últimamente tiene días en los que está de muy mal humor y entonces procuro no acercarme demasiado porque no suele ser muy cariñosa esos días e igual me llevo una torta. Pero otros días es la mejor hermana del mundo y sé que me quiere y que se preocupa por mí y me da besos y me hace regalos, como el día que fue conmigo a la tienda y me compró un estuche de maquillaje de los de verdad, de los de mayores y me enseño a ponerme sombra de ojos y a pintarme los labios como una estrella de cine.
De todas maneras, me he dado cuenta que desde aquella noche, mi hermana siempre tiene dinero para sus gastos y que mi madre no se lo da. Además ahora a mi madre no le importa tanto que vuelva tarde. Una vez se preocupó pero fue porque trajo un ojo a la funerala, pero fue sólo aquella vez. Será que cuando llegas a los quince años ya eres mayor de verdad y entonces nadie tiene que decirte lo que tienes que hacer.
El caso es que mientras más lo pienso más ganas tengo de llegar a la edad de mi hermana para poder tener dinero y no tener que dar explicaciones a nadie. Y sobre todo, por las tetas, porque tengo muchas ganas de tener tetas. Pero, de todas maneras, por si acaso, yo no me voy a hacer ningún tatuaje, vaya a ser que cambie de opinión a los dos meses y me lo tenga que borrar. Y estoy segura de que, diga lo que diga mi hermana, la cicatriz que te queda debe ser horrorosa.
9 comentarios:
Disculpen la extensión. No escribí el texto originalmente para el blog y quedó algo largo.
Y gracias por la paciencia.
X.
Estoy segura que la cicatriz quedará horrible.
Hermoso texto,quizá está pensado para ser aún más largo,bueno bajo mi punto de vista de mera lectora.
Gracias divina,
Pero usted es casi una incondicional :-P
A sus pies, señora
X.
Un saludo, xavie! Quería pasar por tu blog aprovechando que ya conozco tu dirección -vía el blog de Vicky- y me encuentro con unos versos de Gil de Biedma.
Inmejorable bienvenida.
Nos vemos el miércoles que viene!
G.
Hola G.
Sí, nos vemos el miércoles. Tengo ya ganas, esto de haber estado inactivo durante tres semanas me tiene oxidado. :-D
Vuelve cuando quieras, como si estuvieras en tu casa.
X.
Magnífico, ya era hora de comprobar cono te manejas en las distancias "largas". Un abrazo.
Gracias rythmduel,
Pero, sinceramente, tampoco son tan "largas"... :-D
Un saludo,
X.
Así que el tío Juan tenía un tatu también... Ummmm, da que pensar.
Los jóvenes de hoy en día son pero que muy precoces.
Saludos
Publicar un comentario