El autobús estaba caldeado y lleno de gente pero como se había subido al principio de la línea, había encontrado un asiento. La calefacción y el movimiento habían hecho que se durmiera, como tantos otros compañeros de viaje de todos los días.
Estaba seguro de haber soñado algo agradable porque al despertar, respondiendo a un impulso que no se acababa de explicar y que siempre le hacía abrir los ojos en la parada justa, se dio cuenta de que estaba sonriendo. Lástima no recordar exactamente en qué había consistido. No solía hacerlo, y echaba de menos poder rememorar esa atmósfera extraña de los sueños, con el tiempo convertido en algo elástico y pegajoso.
Con la sonrisa en los labios, pudo comprobar que estaba en el autobús, pero que no había nadie dentro de él y que, además, la parada en la que se encontraba no le resultaba familiar. Algo inusitado porque, hasta ahora, ese despertador inconsciente que llevaba en su cabeza no le había fallado nunca. Se dijo que, probablemente debido a la falta de sueño de la última semana, se encontraba más cansado de lo habitual y que era eso lo que había hecho que no abriera los ojos al aproximarse a la avenida en la que solía bajar para dirigirse al trabajo.
La parada estaba rodeada de una zona de obras y, aunque no supusiera una sorpresa en su ciudad, siempre agujereada por la maquinaria pesada, no conseguía situarla. Conocía el nombre en el que acababa la línea de autobús, pero nunca había estado allí (¿para qué ir a los suburbios sin necesidad?), pero lo que no sabía era la manera de regresar al centro. De huir de aquel socavón.
También le había sorprendido no hallar al conductor del autobús dentro del vehículo ni fumando un cigarrillo en los alrededores (¿dónde estaría?). Veía las grandes máquinas amarillas, veía los coches pasando a toda velocidad y veía los bloques de apartamentos con antenas como coronas de hojalata, pero no veía dónde estaba el conductor del autobús.
Un ligero sentimiento de incomodidad empezó a extenderse desde su zona lumbar hacia arriba. Había algo allí que no cuadraba del todo, pensó, a la vez que advertía que la zona estaba demasiado silenciosa para ser una zona de obras. Si las máquinas alemanas estaban violentando la naturaleza y arrancando toneladas de tierra y lombrices, no tenía sentido que no hubiera un tremendo ruido, de esos que dejan la mente en blanco porque el cerebro parece incapaz de ocuparse de otra cosa que no sea protegerse. Así que decidió bajar del autobús y preguntar.
Las puertas del autobús estaban abiertas, como si todo el mundo hubiera escapado corriendo, así que se levantó y se dispuso a bajar. Sin embargo el suelo del autobús parecía hecho de piel de pescado y resbaló. Estuvo a punto de caer, pero consiguió evitarlo poniendo una mano sobre él. Desde aquella postura, pudo comprobar que lo que le había parecido piel de pescado, era, efectivamente, piel de pescado: escamosa y con dibujos geométricos, con un olor ligeramente putrefacto.
En aquel momento, su mente comprendió que en realidad no se había despertado, que seguía durmiendo en el sitio que había encontrado (por subirse al autobús al principio de la línea), por lo que intentó abrir los ojos a pesar del engaño de su mente, que le estaba diciendo que el autobús y el socavón y la maquinaria alemana eran reales. Pero no lo conseguía. No conseguía abrir los ojos porque su mente le decía que ya los tenía abiertos, que aquello que podía ver era lo que realmente existía más allá de los cristales sucios del autobús.
Combatir un sueño desde dentro es difícil. Hay que ser fuerte. Y hay que ser capaz de superar el extrañamiento, hay que ser capaz de recordar qué es la realidad, por qué es imposible que un autobús tenga el suelo hecho de piel de pescado. Pero, después de un gran esfuerzo, en el que se sintió como si hubiera visto el final de una carrera en directo antes de que se diera el pistoletazo de salida, lo consiguió.
Estaba seguro de haber soñado algo agradable porque al despertar, respondiendo a un impulso que no se acababa de explicar y que siempre le hacía abrir los ojos en la parada justa, se dio cuenta de que estaba sonriendo. Lástima no recordar exactamente en qué había consistido. No solía hacerlo, y echaba de menos poder rememorar esa atmósfera extraña de los sueños, con el tiempo convertido en algo elástico y pegajoso.
5 comentarios:
Quien te ha dicho a tí que cuando vives "la realidad" no es sino un sueño, y cuando sueñas estás "viviendo lo real".....
Lo sueños son parte de esa realidad que continua más allá de la percepción de algunos sentidos. Los sueños son "el despertar" de esos otros sentidos que nos abren a una nueva realidad.
un abrazo xavie
¿Pero por qué sonreía? A mí el sueño me ha parecido inquietante, en absoluto agradable.
Un abrazo, Xavie.
Hola ixai,
Esa es la cuestión, la ficción y la realidad se mezclan constamente y en estos tiempos, mucho más, con todas esas falsas identidades en Internet. :-D
Porto, el sueño es inquietante, sí, quizá lleves razón en que despertarse abrumado hubiera sido más adecuado, pero me parece que, precisamente porque no recuerda el sueño, la sonrisa lo hace más inquietante aún.
Un saludo a los dos,
Xavie
Me parece increible la originalidad literaria de algunos de tus relatos, la forma en que juegas con las frases y las palabras poniéndolas a tu servicio.
En fin, me encanta como escribes.
Un abrazo Javi.
Gracias anónimo por tus palabras.
¿Te conozco?
Un abrazo,
Xavie
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