Cuando despertó, William Faulkner ya estaba allí:
“Pero había sucedido. Se habían mirado el uno al otro, habían emergido ambos de la inmensidad salvaje y vieja como la tierra, sincronizados en aquel instante merced a algo más que la sangre que anima la carne y los huesos que sustentan el cuerpo; y se tocaron, y se comprometieron a algo, y afirmaron algo más duradero que la frágil urdimbre de huesos y carne que cualquier accidente podía aniquilar.”
O de cómo el encuentro entre un niño y un oso nos habla de lo que ya hemos perdido.
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