Tal y como afirma Umberto Eco en “La búsqueda de la lengua perfecta”, la lengua perfecta debería ser omniefable, capaz de dar cuenta de toda nuestra experiencia, física y mental.
Y así, la labor del poeta desaparecería, por innecesaria. La metáfora, la intuición, la analogía dejarían de tener sentido y entonces, sí, seríamos como máquinas perfectas, pulidas y brillantes, listas para los mejores cálculos, para las mejores deducciones. Nos preguntaríamos en nuestra lengua perfecta por qué nuestro destino ha de ser tan arduo y lamentaríamos profundamente que toda esa fría belleza sirviera al cabo para alimentar la tierra.
Nosotros, perfectos y fríos humanos mortales.
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