martes, julio 26, 2005

Necrológicas

Una ráfaga.

Me sorprende la rapidez con la que aparecen las necrológicas y demás halagos post-mortem en los periódicos. Se muere un escritor, por ejemplo, y rápidamente surgen decenas de textos en decenas de periódicos glosando la figura. En buena lógica, debe existir un archivo de necrológicas preparadas, para escritores y demás figuras públicas en edad provecta.

Es de suponer que los textos de este archivo imaginado, al tratarse de textos sin urgencia (al menos sin más urgencia que la que imponga la muerte en su baile), han de encargarse a los menos ocupados de los redactores o a los que hagan trabajos de menor responsabilidad. Han de entregarse, sin lugar a dudas, a los becarios.

Y ahora me imagino a un becario consultando la guía de estilo para la escritura de esa necrológica. Consultando directrices del estilo de “trátese el tema de forma delicada, ensálcese lo bueno e ignórese lo malo, evítese caer en la sensiblería y en el adiós lacrimoso y cítense con profusión los halagos de amigos, compinches y colegas” para escribir la necrológica de un maestro de las letras. Y veo sus dudas, sus borradores, el peso de la responsabilidad si es que se ha interesado por los otros usos que se le dan a las palabras.

Y aunque el destinatario siga vivo (ignorando, claro, las palabras que se balancean sobre su cabeza, la muerte inexistente pero ya lamentada), veo la satisfacción, oculta.

Cada palabra, un clavo en el ataúd.

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