Ayer fui a una actuación flamenca. Baile, concretamente. Y salí con la impresión de que el misterio (el mismo misterio de siempre, esa línea que nos separa de lo intuido y no conocido) se presentó por allí.
La bailaora estaba taconeando suavemente, provocando un repiqueteo amortiguado con la punta de los zapatos y los tacones. Los tacones cada vez iban más rápidos y ella se desplazaba desde el fondo del escenario hacia el público, aumentando la velocidad, alcanzando por momentos el frenesí controlado que destila el buen flamenco. Y de repente, se paró. En el aire. Hizo dos movimientos, dos contoneos con el pie derecho levantado del suelo y lo vimos. El misterio.
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