lunes, julio 18, 2005

Ferlosio

Leo en "La Forja de un Plumífero", un opúsculo de Sánchez Ferlosio en el que cuenta, en tono autobiográfico, los inicios de su carrera de escritor (una pequeña venganza mía puesto que siempre huyó conscientemente de esa profesión y ese destino), que este gran lingüista y escritor consumió anfetaminas durante muchísimos años.

Sánchez Ferlosio utilizaba las anfetaminas para sumirse en períodos febriles de creatividad. Según cuenta, trabajaba durante 4 días seguidos con sus noches (sin dormir, por supuesto, de ahí las anfetaminas), dormía durante 24 horas seguidas o más y después pasaba tres días completos con su hija visitando museos o el zoo.

Creo que, actualmente, debido a condicionantes propios de la edad ha abandonado ese hábito ligeramente malsano. Sin embargo, reivindica las anfetaminas como la mejor aportación humana a la química desde hace décadas (incluso menciona en el texto con cariño a quien fue su proveedor durante un largo período).

Lo que realmente me llama la atención es la imagen. La imagen del gran maestro en un ataque de actividad intelectual. Lo puedo imaginar despeinado, con un batín raido, en un propia casa, en su habitación o esquina de trabajo. Los libros, revistas y demás papeles se acumulan sin orden ni concierto, los menos consultados acumulando polvo y los más leídos casi desencuadernados por el uso. Puedo ver al gran Ferlosio escribiendo de forma desenfrenada con su caligrafía deconstruida y desestructurada, su cabeza un verdadero hervidero de ideas. Loco, con los ojos inyectados en sangre, casi cediendo al agotamiento que acabará con él en la cama durante un día completo. Y lo que siento no es extrañeza ante esa estampa ni preocupación ante un hombre tan evidentemente enajenado. No. Lo que siento es mera envidia.

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