El que ha escrito la entrada anterior es un absoluto gilipollas. Un idiota que lo que mejor sabe hacer es pavonearse. Mirad qué sensibilidad, mirad cuánto sé, mirad aquí. Aquí. ¿No me véis? ¿No se me ve? Yo no. Ni puta falta que me hace. El de antes pretende emocionar, transmitir no sé qué mierda de ideas. Yo no. Yo no lo necesito. Yo, en realidad, ni siquiera sé por qué estoy justificándome aquí. Yo, como él, ni siquiera existo.
Hay un tío en mi oficina. Fantaseo con la posibilidad de cortarle el pescuezo, la verdad. Sé que solo son fantasías morbosas que probablemente no se hagan jamás realidad, pero a mí me gusta tenerlas. Me gustaría observar el terror en sus ojos, ver la pequeña sacudida de su pecho en el último estertor, prestar atención a cómo su camisa de algodón egipcio se va llenando poco a poco de sangre. Capilarización creo que se llama el proceso. Es adecuado. También se llaman capilares los pequeños vasos sanguíneos que primero se romperían por la acción del cuchillo. Es una fantasía. Como yo. Me gustaría ver la pregunta en su cara, ¿por qué yo?, ¿por qué a mí? Por hijo de puta, por eso, por imbécil. Porque sí.
Una amiga del gilipollas de antes le dijo hace un tiempo que dejara de leer a Chuck Palahniuk pero lo que no sabe es que el que lo lee soy yo. Gente enganchada y cabreada, confusa, que no tiene demasiado claro a dónde va el mundo, que ni siquiera sabe si el mundo ha tenido alguna vez alguna dirección. Urbanitas aburridos de sus miserables vidas vacías. Esa es mi gente. Hombres demasiado musculados que se masturban con porno barato tras la última raya. Alegres desgraciados de cabeza a la muerte con la sonrisa puesta. Todo diversión. Todo. Otra ronda. Otro día. Otro cuerpo frío en la cama. Otro padre con cáncer.
El otro prefiere a García Márquez y eso. Mujeres que ascienden a los cielos, que huelen a humo, viejos con una mirada que atesora toda la sabiduría natural del buen salvaje que fueron no hace tanto tiempo, la tierra telúrica borboteando detrás. Esas cosas. Las nubes acumulándose a toda velocidad justo antes de la tormenta que se desató cuando la virgen rubia de la casa fue violada por el malvado latifundista. El rumor de las hojas aquel día volviendo en sueños una y otra vez durante toda una vida. Mujeres que se vistieron de negro un día y nunca abandonaron ese color. El sudor caribeño inundándolo todo.
Mi hombre musculado ha entrado en acción. Está afilando un cuchillo. Corta bastante. Va a comprobar si la mujer de negro sigue teniendo tan buenas tetas como parece. O si es el color, que adelgaza y favorece mucho. No puede creerse que el único polvo que ha echado fuera hace tanto tiempo. Y a disgusto. Mi hombre es así.
Yo también. El gilipollas de antes no.
Todos estamos tan muertos que ni siquiera hemos podido llegar a nacer.
4 comentarios:
Muy bueno!!! Me ha gustado mucho, sí señor.
Y el del gilipollas de ayer también, eh.
Un abrazo.
A mí también, bastante.
Sobre todo el párrafo de "El otro prefiere...", que me parece genial.
El de hoy necesita al gilipollas de ayer, que lo sepa.
Un abrazo.
(Uau, y el palabro es "busts", por la de negro, claro)
Me gustan estas entradas, más o menos transgresoras, digo más o menos, porque no la siento pretenciosa, es directa, con los adornos necesarios que requiere una entrada en un blog literario. Me gustó ;-)
Hola conde,
Gracias. El gilipollas del otro día no tiene arreglo. :-)
Porto,
Supongo que sí, que todos somos legión. Aunque sea solo de dos.
Divina,
Gracias. El idiota de ayer cansa bastante. Este es más divertido.
Besos y abrazos,
X.
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