Piensen en la tundra. Yo siempre la he imaginado como una extensión de hierba helada, no sé por qué. Como los jardines de las casas del norte en invierno. Una capa de hielo blanquecino cubriendo el verde. Supongo que no es así, sé que no hay árboles en la tundra, ni árboles ni ardillas ni serpientes, pero la tundra está llena de musgos y líquenes, de turberas y de zonas pantanosas, todas ellas cubiertas por el rocío helado. Imaginen la tundra, cubierta de cristales de hielo, refulgentes al sol de la mañana. Imaginen a un reno inmenso caminando tranquilo.
Entre tanto, miren mi salón. Con los libros alineados por altura en la estantería, como una biblioteca renacentista con los libros en folio, los serios, a un lado y a otro los de octavo, los ligeros. Vean el desorden de películas y libros sobre la mesa, oigan al hombre negro cantar acompañado de una armónica algo sobre la soledad y sobre los burdeles. Miren por la ventana y observen a la pareja joven de pie, moviéndose rítmicamente, acunando a su niña pequeña. Si siguen por el pasillo, llegarán a mi cuarto de baño, no tengan miedo. Yo les dejo entrar. No están fisgando. La estantería del cuarto de baño tiene una puerta de cristal a través de la que se ven los botes de cápsulas alineadas. Hay un poco de todo: calmantes, relajantes musculares, antibióticos, paracetamol para el cuerpo y ansiolíticos y antidepresivos para el ánimo. Farmacopea. Los botes también están alineados por altura, como los libros.
Piensen en el desierto. Con la extensión roja de tierra cambiando del granate al bermellón a medida que el sol, inclemente, la ilumina. Las pitas y los cactus enhiestos sobre la tierra. Las serpientes moviéndose rápidas de un escondite a otro. Las dunas de arena avanzando lentamente, como dotadas de voluntad débil pero constante. Piensen en un escarabajo negro que surge de repente de un agujero en la arena y que corre rápido un par de metros, casi sin tocar el suelo, dejando pequeñas señales, como si peinara la tierra, unos cuantos granos cada vez, rápido, veloz.
Y ahora hagan como yo, tómense otra pastilla. Una más. Y otra. Y otra más.
No hagan ruido al marcharse ni avisen a nadie, por favor. Déjenme seguir soñando con la tundra. Con el desierto.
2 comentarios:
Son los paisajes que más me atraen. El desierto (no de arena) porque fue el de los veranos de mi infancia. El otro, de los libros. No me pierdo un documental si va de eso.
Pero hay una tundra inmensa cubierta siempre por hielo. El permafrost. Debajo, aguarda una cantidad estratosférica de metano. Si el hielo se derrite
Hola Nan,
El permafrost. Qué palabra. Qué evocación más fría.
Gracias por el comentario.
Un abrazo,
X.
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