Imaginemos a alguien que, llegado a una encrucijada, deja de elegir, deja de pensar en qué hará cuando se levante mañana, deja de ejercer ningún tipo de presión sobre su propia vida, se deja llevar, deja de trabajar, deja de preocuparse por la catástrofe inminente que se le viene encima. Imaginemos que acaba durmiendo en un contenedor sin que le importe, seguro de haber alcanzado algún tipo de verdad metafísica por encima de la realidad, o bien encerrado en su propia casa, empecinado en una posición que le conduce definitivamente al desastre. Alguien que no hace lo que debe en el trabajo, sabiendo que le despedirán, ni lo que debe con su familia, sabiendo que acabará solo.
Ese hombre eres tú. Ese hombre soy yo. Ese hombre está en nuestro interior, envuelto en su crisálida, bien escondido. Y a diario tenemos que hacer un esfuerzo para no dejarlo salir, para que siga moviéndose inquieto dentro de su hilo de seda. A diario nos levantamos y hacemos lo que debemos. A diario nos decimos mil veces que no. A diario.
Sabemos que nos acecha esperando un síntoma de debilidad. Espera sin descanso. Y tal vez algún día seamos nosotros los que acabemos durmiendo en un contenedor, fascinados por la materialidad de los brillos del neón en el aluminio maloliente que ahora se ha convertido en nuestra casa.
5 comentarios:
Ojalá
Muy duro, muy cierto, has provocado que suene bien eso del contenedor... buen giro. Besos
a mí me da miedo
Hola abuela,
Pues no sé si a mí me gustaría que me sucediese algo así... ;-)
Gracias Divina,
No pretendia que sonara bien, la verdad. Quería hablar de la lucha con nuestros demonios interiores.
Lara,
A mí también me da miedo, por eso he escrito el texto.
Luchar con nuestros demonios y ganarles suena muy bien... en serio, pruébalo, es la mejor victoria ;-)
Baci
Publicar un comentario