Se despertó completamente descansado. Se desperezó con gusto, se rascó los testículos en un movimiento reflejo del que no fue consciente, se incorporó en la cama y encendió la luz. El día anterior había alineado la ropa en el perchero especial que tenía en el cuarto de baño: la camisa en la percha para que no quedaran arrugas, los pantalones doblados con cuidado, la corbata de seda encima de la camisa. En fin, lo habitual. Le gustaba ponerse la ropa en orden y contemplar su imagen en el espejo. Le hacía sentirse mejor.
Después de atarse los cordones de sus zapatos italianos y de echar el último vistazo al espejo, salió de casa silbando, mal, una melodía que se le había quedado adherida mientras oía la radio al afeitarse. Todo parecía en su sitio. El día estaba seco y luminoso, un poco frío, apenas había nadie en la calle y empezaba una nueva semana.
Bajó al garaje donde guardaba su coche, saludó al vigilante nocturno, que en ese momento se encontraba terminando el turno y preparándose para ir a casa, y se metió en su coche. Arrancó y puso música. Una suite de Mozart que los lunes le parecía la mejor manera de empezar la semana. No había nada que se pareciera a aquella música. Moviendo la mano derecha como si fuera un director de orquesta, se introdujo con fórceps en el atasco y se dedicó a organizar mentalmente las tareas que tenía pendientes en el trabajo.
Tenía la semana complicada. Por más que intentaba organizarse la agenda, había un par de asuntos a los que no encontraba hueco. Quizá todo se debiera a que no los encaraba con gusto y procuraba retrasarlos, de ahí sus problemas para encontrarles un lugar libre en su agenda. Aunque también era cierto que había resuelto una gran cantidad de asuntos parecidos en los últimos cinco años. Por eso no se explicaba por qué en esta ocasión le estuvieran preocupando de aquella manera.
En fin, torturar prisioneros siempre le resultaba difícil. Pero prefería no engañarse. Aquel era su trabajo y era capaz de hacerlo mejor que nadie, algo de lo que se sentía muy orgulloso. Aquel curso que había seguido de técnicas de interrogatorio en los Estados Unidos le había venido muy bien a su carrera. El mérito no era todo suyo, la verdad. Cuando era niño su padre había insistido mucho en que siempre había que hacer el trabajo lo mejor que uno pudiera. Y él se limitaba a aplicar esa moral obrera. La moral de un activista chileno de los derechos humanos, orgulloso de haber conseguido que dos de sus hijos fueran los primeros licenciados universitarios de la familia.
7 comentarios:
¡Joder!
No sé, X., el volantazo me parece... ¿excesivo?
Un abrazo.
Pues quizá Porto, quizá.
Yo y mis finales sorpresivos...
En fin, en honor a la verdad, tengo que decir que es una adaptación de un texto anterior que no tenía ese final. Parece que no ha salido tan bien como esperaba...
Un abrazo, tío
X
¿Qué tal ahora? ¿Más suave la transición?
Abrazo,
X.
Mejor "asuntos" que "reuniones", pero sigue habiendo una "oficina" que no me cuadra mucho...
Pero sí, mejor.
Un abrazo.
Muy X en principio. Al releerlo me parece predecible, y digo esto por que se que viene de usted y estos finales son muy suyos, aunque en este caso,y que conste que como siempre me ha encantado, observo que faltan matices sutiles para que nos lleven a la sorpresa. Aún así me parece un gran relato, pequeñito quizá, pero muy suyo Don X.
Saludos
Gracias Divina,
El problema está empezando a ser ese, me temo. Que los textos que escribo en el blog suenan demasiado míos. Que la gente que me lee ya espera la vuelta de tuerca, ya espera el final a la contra.
Y si le digo la verdad, estoy empezando a cansarme. Creo que, en lugar de microrrelatos, voy a volver a las estampas sueltas, a las imágenes sugerentes.
Me gustan más. Y cansan menos.
Un beso,
X.
Lo sugerente siempre atrae...seguiré leyendo sus ideas y fragmentos.
Un beso
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