Mi mejor amigo tiene la mala costumbre de subrayar los libros una y otra vez hasta que los pasajes quedan ilegibles. Lo curioso es que muestra un extraño talento en esta selección pues los pasajes sin marca, situados entre dobles y triples subrayados de colores, son los que yo encuentro, indefectiblemente, los mejores del libro. Durante un tiempo me estuvo preocupando esa extraña simetría. Las cosas en la naturaleza no suelen comportarse así. Por eso decidí hacer una prueba.
Un buen día leí por mi cuenta el mismo libro que mi amigo estaba maltratando con su habitual dedicación y anoté en un cuaderno el número de página y de párrafo de los fragmentos que más me habían gustado. Cuando mi amigo terminó de leer, tomé su ejemplar con curiosidad y comprobé (me lo temía) que había dejado sin marcar sólo aquellos párrafos que yo había seleccionado. Entonces sentí miedo. Inventé una excusa poco convincente y escapé de allí.
Salí a la calle, di unas vueltas por el barrio y, ya más tranquilo, volví a mi casa. Pero no fue fácil dejar de pensar en ello. Ni un solo párrafo de diferencia, ni uno solo. Debía encontrar una explicación. Intentar encontrar explicaciones a lo que no entiendo es algo que forma parte de mi naturaleza. O al menos eso le digo a mi psiquiatra. Me gusta darle vueltas a los problemas desde distintos puntos de vista e intentar ponerme en el lugar de los demás.
Por ejemplo, a veces me gusta imaginar que me convierto en alguien completamente opuesto a mí. Alguien que sería como una especie de negativo fotográfico de mi personalidad. Alguien a quien le gustarían las mujeres delgadas y rubias, la cerveza americana y las novelas de éxito. Cuando se lo conté al psiquiatra me dijo que eso nos pasa a todos y que no es motivo de preocupación, que es normal, que todos soñamos con ser otros diferentes, que todos nos hartamos de ser siempre los mismos, que esa pulsión late en muchas de nuestras adicciones.
Yo le dije que estaba de acuerdo y que me había convencido, que, en realidad, aquello no era tan raro. Pero cuando volví a casa, de nuevo comencé a pensar en la maldita cuestión de los subrayados. No hago más que darle vueltas una y otra vez. Me preocupa cada día más. Durante toda la semana no he podido pensar en otra cosa. No puede tratarse de una casualidad. A ver si consigo hablar con mi mejor amigo del tema porque, últimamente, cada vez que lo busco, ha salido a hacer algo. Por más que lo intento no consigo verlo.
Además, cuando lo llamo al móvil siempre comunica.
4 comentarios:
:-D Buenísimo. Ese final tan suyo Sr.X me ha provocado una carcajada, no se cual es su intención, pero a mi es lo que me ha provocado. Hace días que no entraba y como siempre no deja usted de sorprender.
He de confesar, que me lo estaba temiendo cuando comenzaba con "mi mejor amigo" eso de "mejor" lo dejamos en el instituto por suerte o por desgracia, ahora nos queda algo igualmente bueno, pero diferente.
Enhorabuena de nuevo
Jajaja. ¡Tu (anti)doble (tu antagonista) y, encima, en casa!
El otro hecho carne... Da miedo, sí.
Un beso
Interesante - e inquietante - cuestión la de los dobles, los opuestos y los negativos de uno mismo.
Genial lo de los subrayados.
Muy Vila-Matiano ;)
Hola Divina,
Gracias por el comentario. Me alegro de que le guste aunque no tenga claro si lo que pretendía era provocar una sonrisa o inquietar un poco.
Hola mega,
Sí, tu (anti)doble en tu propia casa. Todos somos muchas personas así que supongo que, entre ellas, debe de estar también justo el opuesto.
Hola ETDN,
Creo que "el doble" era uno de los siete supuestos de lo siniestro según Freud...
Y sí, muy metaliterario lo de los subrayados.
Besos,
X.
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