Había nacido en un piso construido en los años cincuenta en la gran ciudad, de esos promovidos por el ministerio de la vivienda y que tenían un águila en un escudo en la puerta que nadie se había preocupado en desmontar cuando llegó la democracia. Su padre había sido portero de aquella misma casa así que cuando le llegó el momento de decidir qué hacer con su futuro y se le presentó la oportunidad de heredar la portería, no se lo pensó.
Empezó a trabajar con dieciocho años como portero y veinticinco años después aún continuaba allí. Nunca había vivido en otro lugar. Cuando su padre murió quince años después que su madre, reformó la casa que tenían en el último piso del inmueble y la decoró más a su gusto. Tiró casi todos los objetos que su madre había sembrado por la casa pero conservó un retrato antiguo en el que sus padres aparecían de jóvenes. Le parecía increíble que sus padres hubieran sido jóvenes alguna vez, el sólo podía recordarlos con la cara llena de arrugas de expresión.
Durante aquellos veinticinco años había intentado aprovechar el tiempo. Se había matriculado en un montón de cursos por correspondencia, se había hecho de un club de lectura, había aprendido inglés, se había cultivado. No se había quedado quieto en la portería leyendo la prensa deportiva y mirando ceñudo cuando aparecía alguien desconocido. Al menos, no todo el tiempo.
Siempre pensaba en la suerte que había tenido con la portería. Tal y como estaban las cosas con la vivienda, no tener que pagar una hipoteca y tener un empleo estable y seguro le parecían el paraíso. Además, cuando apareció Internet, su aburrimiento encontró consuelo. Los libros de la biblioteca a veces le cansaban y últimamente se limitaba a leer el libro que debía comentar en el club. Pero Internet era otra cosa, era imposible aburrirse si uno tenía curiosidad.
Nunca podía viajar porque en agosto los vecinos era cuando más lo necesitaban, se quedaban mucho más tranquilos, decían. En los últimos años, el barrio no era un lugar muy seguro y era mucho mejor que el portero estuviera allí y evitara que se colaran los ladrones vestidos de encuestadores para averiguar qué casas estaban vacías o para robar los cables. Además, él no tenía familia, así que no le importaría dejar las vacaciones para otro mes, decían también.
Cuando en octubre tenía vacaciones, hacía muy mal tiempo en casi todo el mundo al alcance de su presupuesto, excepto en Canarias, donde había estado un par de veces y en el Caribe, donde vivió una historia de amor con una mulata que le rompió el corazón, le vació el bolsillo y le previno en contra de los viajes trasanlánticos. Por eso casi siempre se quedaba en la gran ciudad, metido en su piso de la última planta, leyendo y chateando. Como los vecinos sabían que estaba allí, muchas veces tenía que resolver algún problema relacionado con la finca. No había nadie que conociera sus triquiñuelas como él.
Hoy ha llegado al barrio un desfile de máquinas amarillas por la avenida. Según parece, el nuevo plan urbanístico del ayuntamiento contempla derribar las casas antiguas del barrio para construir nuevos bloques de apartamentos, de esos con portero automático con cámara de vídeo. Han llegado a la finca unas cuantas cartas certificadas que los vecinos no se han molestado en ir a recoger pues el presidente opina que si no se recogen en correos, pueden alegar que no se han recibido. Todos están de acuerdo, algo que sucede raras veces. Han oído tantas veces que el ayuntamiento pretende derribar las casas de realojo del barrio que no acaban de creérselo. A fin de cuentas, aquellas casas han sido suyas durante más de medio siglo y no pueden ponerlos de patitas en la calle, a pesar del nuevo barrio que ha surgido en los alrededores y que está plagado de grandes edificios y centros de convenciones. Sin embargo, hoy el portero no puede dejar de mirar las relucientes máquinas amarillas, con sus enormes pinzas y palas.
Parecen animales hambrientos, piensa.
2 comentarios:
Los años barren con oficios y trabajos que, en su momento, hubiera parecido impensable que desaparecerían. Entonces eran los aguadores, las modistas y zurzidoras, y ahora, los porteros, los carpinteros...
Tiempo al tiempo, si no.
Un saludo,
Hoy estoy un poco criticón.
Los primeros párrafos me han encantado, pero el último no tanto. Me parece que lo primero sería un magnífico material para alargarlo un poco.
Un abrazo.
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