lunes, mayo 19, 2008

Ficción

Un amigo me cuenta que siendo muy joven fue funambulista y hombre bala (sólo una vez que sustituyó al anterior, con tan mala suerte que cayó fuera de la red y se partió una clavícula) y otro amigo lo confirma pues según dice en aquella época se conocieron. Le digo que no me lo creo y cambio de opinión cuando veo su cara de indignación. Parece que sí que fue un hombre bala (sólo una vez y con mala suerte) y funambulista (de apoyo a la chica sobre la que recaía el peso del número). Le explico que no lo estoy llamando mentiroso, que le creo cuando lo veo contar su vida, que tiene cara de decir la verdad, pero que su historia resulta tan increíble que cuando pienso en ella en casa me cuesta un gran esfuerzo seguir haciéndolo. No parece entenderlo.

Otro amigo me dice que, de pequeño, fue la persona que se escondía dentro de una mascota que aparecía constantemente en televisión acompañando a un grupo infantil, que estuvo haciendo ese trabajo durante los años que el grupo estuvo en las listas de éxitos, antes de que se disolvieran y el cantante empezara a aparecer en programas especialistas en airear las vergüenzas de la gente. Me lo jura por lo más sagrado. Yo le digo lo mismo que al primero, le digo: anda ya, eso sí que no, pero cómo vas a ser tú el que estaba dentro de aquel perro gigante de colores. Este no se indigna sino que me dice que crea lo que quiera, que no va a emplear ni un minuto en intentar convencerme. El primer amigo lo confirma. Y también me lo creo.

Una amiga me dice que acaba de tener una niña (que sólo tiene dos meses) y que su marido ha perdido cien mil euros en un negocio del que no ha podido recuperarse, que se ha convertido en un adicto a la cocaína, que se ha ido de casa y lleva un mes sin ver a su hija recién nacida, que la depresión o la paranoia provocadas por las drogas están matándolo y que su deuda (régimen de gananciales) no hace sino aumentar, siempre hacia arriba los números rojos, un agujero que se traga el dinero que el marido aspira por la nariz convertido en polvo blanco. Aunque ha pedido el divorcio, no sabe que será de su vida como madre soltera después de nueve años de matrimonio. También me lo creo.

Entonces pienso que, a diferencia de la literatura, a diferencia de la ficción, la vida no tiene por qué ser verosímil. La vida no tiene por qué ser nada, no tiene reglas ni personajes, no tiene estructura. La vida se parece a lo que quedaría sobre el suelo si consiguiéramos extraer limpiamente los huesos de un rinoceronte, una masa informe de órganos con diferentes colores y texturas, con una parte muy dura, que en realidad no es más que pelo apelmazado.

6 comentarios:

ETDN dijo...

Entonces pienso que, a diferencia de la literatura, a diferencia de la ficción, la vida no tiene por qué ser verosímil.

La vida es terrible porque es real. Y porque no hay marcha atrás. Y porque lo creamos o no, las cosas suceden de verdad. Esa es la gran tragedia. Y también el gran milagro. Menos mal que nos queda la ficción.

bss

ETDN

La independiente dijo...

Sí, supongo que esa es la cuestión. La vida es real y las historias que te cuenta la gente no son solo historias, sino algo más.

La última historia es terrible. Como historia es cojonuda y tiene muchas posibilidades pero cuando alguien la ha sufrido y te la cuenta, la cosa es bastante diferente.

Un beso,
X.

Anónimo dijo...

Lo peor de la vida es que no tenemos escapatoria.

Gemma dijo...

"...la vida no tiene por qué ser verosímil. La vida no tiene por qué ser nada, no tiene reglas ni personajes, no tiene estructura."

Yo no sé si eso es del todo cierto. Veamos: estoy de acuerdo en que la verosimilitud no funciona en la ficción del mismo modo que en la realidad; pero, así y todo, en la vida hay un componente de imprevisibilidad muy importante (se te muere alguien querido, de pronto te enteras de que vas a tener un hijo, te toca el gordo) que no puedo dejar de considerar como un conjunto de excepciones dentro de nuestra larga y apacible rutina; los pequeños accidentes que nos igualan (y humanizan, los accidentes siempre humanizan) a los demás. En el fondo, nada del otro mundo (que no pueda ocurrirle a otro).

Por mi parte, yo intento hacer lo posible para que esa vida mía (tan frágil, como todas) no se desbarate ni desquicie... No vaya a ser que.

(En resumen, somos responsables de nuestros actos. Dicha responsabilidad consiste, a mi modo de ver, en hacer que nuestras vidas sean tan verosímiles como en la ficción...) (Creo que en eso precisamente consiste crecer).

Saludos, X

La independiente dijo...

Buen aforismo, Magapola, buen aforismo. Divertido (y triste a la vez como siempre ocurre con el humor) y conciso.

Mega,
A ver. Yo no acabo de estar de acuerdo contigo en lo de las excepciones que interrumpen la rutina. Creo que es solo un mecanismo de defensa, que si tuviéramos que pensar que realmente nuestra vida pende de un hilo, que realmente nuestra vida puede cambiar en cualquier instante, no podríamos vivir. Y que por eso nos joden tanto las pequeñas interrupciones de la rutina: un metro que tarda, una cita que no se concreta, un negocio que se fastidia.

Otra cosa es que nuestra vida esté organizada y que es necesario trabajar para conseguirlo. Creo que son cosas diferentes. Porque podamos palmarla en cualquier momento, no vamos a dejar de lavar los calcetines... :-P

Pero estoy completamente de acuerdo en que crecer consiste en asumir que los actos tienen consecuencias de las que uno es responsable. Completamente.

Un beso,
X.

princesadehojalata dijo...

Pues sí. Hay veces que la vida parece ficción. Cualquier día en urgencias por ejemplo, la gente cuenta historias inverosimilmente reales.
Es curioso que para creernos la ficción necesitemos que sea verosímil y que la vida nos la tengamos que creer venga como venga. Creer y tragar.
Un beso fuerte.