Al principio, apenas podía pensar en nada que no fuera mi cuerpo, sólo en mis músculos y mis tendones latiendo, estirándose. Al principio sólo podía sentir la máquina desperezándose, calentándose. Después me olvidé, como siempre, y empecé a sentir el deslizamiento cuando las endorfinas comenzaron a recorrer mi cuerpo.
Entonces noté el viento cuando sacaba la cabeza del agua para respirar. Un viento de verano agradable pero intenso. Cada vez mayor. Incluso dentro del agua, podía notar el rumor sordo de los árboles. Como en una fotografía, noté como las hojas caían en la piscina. Una imagen extraña: la piscina convirtiéndose en un estanque y llenándose de restos vegetales. Noté también como el aire se cargaba de electricidad y como, cada vez más, era mucho más placentero estar dentro que fuera, mis brazos tensos y mis piernas duras. Sentí el sabor eléctrico del aire en la boca. Las ramas flotando a medio metro de profundidad me provocaron una ensoñación, flotaba en un lago como una heroína prerrafaelita. Y de repente sucedió. Cayó un rayo a la piscina y sentí la descarga. Un frío intenso que se convirtió en un instante en un calor abrasador que se movía desde mi interior, como si fueran mis órganos los que estuvieran produciendo la electricidad. Después vino el dolor y después la oscuridad blanca. Así sucedió.
Por eso te digo que nunca puedo dejar de venir en verano. Estoy atado al sitio de mi muerte.
1 comentario:
Está muy bien, Xavie.
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