El corazón de los ordenadores, el procesador, la pequeña pastilla que realiza todos los cálculos, debe ocuparse de repartir su tiempo equitativamente. Si sólo existe un procesador, la única manera de realizar muchas cosas diferentes a la vez es dar un poco de tiempo a cada una de las tareas. Así, nosotros tenemos la sensación de que existen varias tareas realizándose simultáneamente. Un principio parecido al del cine y un trato justo, supongo.
Cuando una tarea no necesita que el humano lento que está delante de la pantalla se ocupe de ella, puede replegarse y esconderse, alojarse vete a saber dónde, en el espacio inexistente de la memoria de la máquina y desde ahí, humildemente, esperar que el procesador le asigne tiempo. A ésto se le llama ejecución en segundo plano.
Cuando algo nos obsesiona y enferma, nuestra mente se comporta exactamente igual que uno de los tontos ordenadores que nos circundan. Esa idea se repliega y se esconde, se aloja vete a saber dónde, y espera hasta que consigue el tiempo necesario para continuar existiendo.
Quizá deberíamos cambiar el nombre la tristeza por uno más actual, más acorde con la naturaleza de las cosas del nuevo siglo.
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