Tocó el manojo de cables que se entrecruzaban. Se enredaban, se hacían un ovillo, se líaban unos sobre otros. Pensó en la maquinaria que quedaría muda y ciega si se atreviera a romper el nudo. Pensó en los sistemas que quedarían exhaustos, en toda la información que dejaría de llegar a su destino.
Por eso no se atrevía a tocar ahí. Mejor esperar que el nudo se deshiciera solo.
Pero no se atrevía porque los cables estaban en su estómago y alimentaban directamente su corazón.
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