La ciudad anegada me trae a la memoria El mundo sumergido de Ballard (recuerdo vagamente esa novela, con
las ciudades convertidas en puertos y los barcos peregrinando eternamente) mientras
sigo mirando las carreras de gotas en los gigantescos cristales que nos
resguardan.
Podríamos subsistir aquí con las provisiones de las máquinas
de vending hasta que se materializara
el Apocalipsis, mirando nuestros ordenadores mientras los ríos provocados por
la lluvia ácida resbalan sin dejar huella en el vidrio.
Dedicaríamos nuestro tiempo al estudio, al conocimiento, exentos
al fin de los rutinarios correos electrónicos, de las cuentas de resultados y
de la eterna búsqueda del crecimiento. Nos convertiríamos en expertos en
paleografía medieval, en programación de modelos estadísticos, en política
internacional.
Qué felicidad esa en la que cada uno, dejándose llevar por
sus naturales inclinaciones al conocimiento, estudiara en profundidad la
materia que más le interesara: alta tecnología, crecimiento personal, nutrición
racional, economía, derecho, inversión en bolsa, chismes y cotilleos, paternidad,
banalidades varias.
Liberados por fin de la producción necesaria que justifica
(mal que bien) nuestros sueldos, podríamos sumergirnos por completo en el saber.
Qué paraíso. Disfrutaríamos del exacto momento en que nuestras mentes alcanzan
la velocidad de crucero y asimilan casi sin esfuerzo nuevos conocimientos. Nos
levantaríamos de las mesas para fumar con la conciencia del trabajo bien hecho.
Nuestro cerebro intentaría nuevos cursos de pensamiento.
Nuestra visión del mundo se vería enriquecida. Encontraríamos argumentos
nuevos, pensamientos nuevos. En cierta manera, nos convertiríamos en otros,
mejores otros. Para eso sirve el estudio.
Y, con tanto tiempo por delante, acabaría interesándome por
un campo del conocimiento que nunca me ha gustado demasiado (siendo como es una
construcción cultural de importancia análoga a las matemáticas, por ejemplo):
el Derecho. Acabaría especializándome en Derecho Público.
Tal vez haría un máster, ahora que parecen tan necesarios.
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