El chino ha entrado en la tienda me ha dicho (en un español bastante bueno aunque susurrado) que era el encargado de la tienda de más allá de la plaza y que necesitaba diez euros para gasolina y que más tarde me los devolvía. Yo le he preguntado que por qué no se los pedía a los del supermercado chino de enfrente y él me ha dicho que no se llevaban bien, que eran competencia. He preferido creérmelo y los diez euros han volado de la caja al bolsillo del chino y, claro, no he vuelto a verlos. Me los ha timado limpiamente pero, a cambio, me ha dado algo que tal vez valga más de diez euros, una historia, un rato de reflexión, tal vez alguna idea nueva.
¿Por qué he preferido creer al chino y darle el dinero cuando en cualquier otro caso hubiera dicho que no sin darle muchas vueltas?
Lo he pensado un buen rato y creo que el hecho de que un chino entre en una tienda y hablando en español pida dinero resulta tan poco común que la situación descoloca de por sí. Normalmente tienen tan poco contacto con los occidentales (el trato limitado a los saludos, a algún comentario sobre el tiempo, poco más) que he pensado que debía de encontrarse en un problema. Pero el problema era estúpido, falta de dinero para la gasolina, algo tan obvio que no hubiera dedicado ni medio minuto a considerarlo en cualquier otro caso. Así que debe de haber algo más. Pienso que tiene que ver con el miedo que tenemos a ser tachados de racistas. Si le niego mi ayuda a un comerciante de mi barrio que además es chino tal vez en realidad se la esté negando solo por serlo. Y claro, no queremos pensar así de nosotros mismos, adalides del progresismo. Creo (aunque quizá esto sea incorrecto políticamente) que no tenemos la misma capacidad para leer las intenciones en la cara de las personas de nuestro entorno, grupo étnico o cultural, o lo que sea, que en las de personas muy alejadas de nuestra cultura. Yo sé si alguien a quien estoy acostumbrado a ver tiene una cara confiable o no, si es marroquí o sudamericano me creo capaz de distinguir la diferencia, pero si es chino o nigeriano ya no estoy tan seguro. Sin embargo, el mero hecho de dejar por escrito estas reflexiones ya puede provocar polémica. Me sé las objeciones, no hay nada parecido a la raza, los grupos son culturales más que étnicos, seguro que no tendrías tantos problemas en distinguir las intenciones de un chino-español de segunda generación. Vale. Las acepto. Solo digo que me he comportado como un imbécil. Y que lo he hecho precisamente porque enfrente tenía a alguien chino.
Eso sí, alguien que se ha aprovechado limpiamente de todos estos prejuicios, de la situación de su comunidad en Madrid, del barrio en el que se encontraba, del tipo de negocio que tengo, de mi pinta, de tantas cosas, se merece los diez euros. Hay que tener arrestos para dedicarse a timar a la gente de esa manera. Piensen en hacerlo ustedes con el regente de un comercio de papelería en Pekín (lo siento, lo de Beijing no me sale natural).
Y en mandarín.
Lo dicho, que han merecido la pena los diez euros perdidos. Y que la próxima no voy a caer, sea quien sea quien me pida dinero. Aunque sea chino.
1 comentario:
Pues abajo el "te engañaron como a un chino", arriba "te engañaron como un chino".
Esa evolución del cliché cubre parte de los 10 euros. Sobre todo si pensamos que su comercio está más cerca que una gasolinera.
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