Hace tanto tiempo que no escribo que no me he dado cuenta de lo que lo echaba de menos. Algo parecido a comenzar a comer y descubrir, después de no haber reparado en ella en todo el día, que tenemos un hambre gigantesca. Lo he advertido escribiendo un correo en el que las palabras han ido ocupando el lugar que les correspondía, como en una melodía, con el tono justo. He pensado que a veces no es tanto contar historias sino la música, la cadencia de las palabras surgiendo una detrás de otra, quedando atrás como un resto de hormigas tras el cursor que parpadea y avanza decidido hacia la derecha. Las palabras expresando algo con la precisión que se les puede pedir, tan poca.
No he escrito porque he estado ocupado con otras cosas (probablemente más importantes, no lo niego) y ha pasado el tiempo casi inadvertidamente. Parece que eso sucede cuando crecemos y nos hacemos mayores. El adulto, observador de referencia, puede insistir en que el tiempo trascurre de forma similar para ambos, el niño y él, pero nosotros (el niño) sabemos que no es así, o mejor dicho, no lo sabemos, lo intuimos, que es la forma de sabiduría que tienen los niños (Ortega decía que aprender es recordar y algo de razón llevaba). Nosotros, los niños, sabemos que nuestro tiempo es infinitamente más largo que el del adulto, pero solo lo sabemos desde el ahora, desde el adulto que somos, por lo que solo podemos recrear esa extensión infinita de tiempo, esa sensación que teníamos al salir de vacaciones en junio: la eternidad era un verano de tres meses sin colegio.
A lo que iba, que se me va el santo al cielo (claro, tanto tiempo sin escribir, es normal que todas las voces de tu cabeza traten de obtener sus diez minutos de fama warholianos), que el tiempo ha transcurrido sin aristas, sin daños, sin grandes problemas y ha volado (en buena ley, el tiempo no vuelva, somos más bien nosotros los que estamos imbricados con él) y he dejado abandonado el blog. Y me mira mal. Lo sé. Después de 5 años y medio me mira mal, se siente abandonado, supongo, aunque yo no le prometiera nada en firme. A veces pasa.
El caso es que ahora tengo una silla desde la que veo pasar a la gente tras el cristal de mi escaparate, una silla tras un mostrador hecho con tablones de madera, un mostrador de planta trapezoidal que sigue los ángulos extraños de la pared. Y tras esa silla, una librería. Un montón de libros mirándome. Esperándome.
Así que intentaré escribir de vez en cuando por aquí. La verdad es que no estoy seguro de conseguirlo, a pesar de saber lo bien que me sienta cuando lo hago. Me ocurre como con la natación.
4 comentarios:
Pues sí, hombre, inténtalo, no seas así.
Lo que ocurre es que esto,
El caso es que ahora tengo una silla desde la que veo pasar a la gente tras el cristal de mi escaparate, una silla tras un mostrador hecho con tablones de madera, un mostrador de planta trapezoidal que sigue los ángulos extraños de la pared. Y tras esa silla, una librería. ,
mola tanto...
Un abrazo.
y tras esa silla, el futuro
bien, bien, bien
quizás pasé yo por el cristal, pero más adentro de lo que cuentas.
guapa la forma de contar
Hola Porto,
Pues sí, sí que mola. Espero vuestra visita para que la veáis.
Gracias María,
Sí, el futuro, esa entelequia.
J.G.
Gracias y cuando vuelvas, entra. Se está bien dentro. En casa.
Abrazos,
X.
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