—Hay que pirarse —nos dice el Rati bajando la voz y metiéndonos prisa.
—¿Qué pasa, coño?
—Que nos han visto.
—¿Qué os han visto haciendo qué? —preguntamos mientras le echamos un vistazo al colega del Rati: el mismo corte de pelo, los mismos tatuajes hechos en la cárcel, las mismas cadenas de oro, la misma cara llena de cicatrices pequeñas.
—Entrando al bar. Joder. Nos han visto los de la tienda de enfrente. Tenemos que pirarnos.
—Pero... ¿entrando al bar a qué?
—Pues... A reventar las tragaperras —dice el hijo de puta mientras no puede evitar la risa—. Estábamos muy puestos y nos dio por ahí.
Apenas hacía tres o cuatro horas que nos habíamos desplomado dentro de nuestra tienda de campaña, casi inconscientes, tras una noche de farra en el camping de la costa donde pasábamos una semana de vacaciones. El Rati siempre hacía cosas parecidas. Por una de ellas había estado en la cárcel, lo que no había contribuido mucho ni a su buen humor ni a su contención. Se ponía de todo lo que encontraba excepto caballo, que pertenecía a una época de su vida que prefería olvidar. En realidad, todos preferíamos olvidar aquella época. Encima, siempre había tenido mucho éxito con las mujeres el muy cabrón. Otro de los amigos, en aquellas ocasiones en las que desaparecía y luego lo encontrábamos metiendo en un servicio, o en el asiento de atrás de un coche, siempre decía con envidia que el Rati tenía el sello de calidad en la frente, que las mujeres lo sabían, que por eso se le daba tan bien. Ninguno de nosotros se preocupaba cuando no lo encontrábamos al salir de alguno de los garitos de la noche. El Rati era de esas personas que suelen poner en peligro a los demás, no al revés. Pensábamos, más bien, que estaría follándose a alguna, el muy hijo de la gran puta.
—Y, ¿cómo os colásteis?
—Por un hueco que había en la parte de atras. Pero ya está bien de charla, coño, que os estoy diciendo que hay que abrirse. ¿Está todo pagado?
—Pues sí. Lo pagamos todo ayer.
—Hala, pues agüita.
—Joder, Rati, me cago en tu puta madre. Siempre igual. A ver si algún día podemos pasar una semanita tranquila, coño.
—Ya.
—Te lo digo en serio, tío. Estoy hasta los huevos.
—Vale. Pero hay que moverse. Ya.
Nos levantamos y desmontamos la tienda rápidamente. Tras meterla de cualquier manera en el maletero, salimos del camping con tranquilidad, sin armar mucho ruido para no despertar a nadie. Solo nos permitimos las carcajadas cuando el coche estaba ya en la carretera nacional y el Rati decía: Nos vamos a poner de gambas hasta arriba. Por estas.
2 comentarios:
Barrio barrio esto no es, ¿eh?, esto es excursión fuera del barrio, tramposo.
Pero qué estupendo leer a los paisanos otra vez.
Bueno, los paisanos del barrio también han viajado. Una vez fueron a Cuba porque les dijeron que las putas y la cocaína eran especialmente baratas allí. Volvieron con una sonrisa de oreja a oreja diciendo que sí, que era cierto. :-D
X.
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