martes, febrero 23, 2010

Casavella

La realidad está encerrada en una serie infinita de muñecas rusas que la esconden, cada una de ellas un punto de vista. Eso y un cuento. Rashomon, que decía una profesora mía, Rashomon. Y tan bien que queda la referencia para iniciados. Lo siento.Y hay gente que me dice: debe de ser interesante el libro porque no lo sueltas. ¿Interesante? No tienes ni puta idea. ¿Qué creéis que es la literatura? ¿Entretenimiento? Ni puta idea, lo que yo te diga. Bastante tengo yo ya con intentar poner una palabra detrás de otra sin dejarme vencer por el desánimo tras leer mil páginas maravillosas de Casavella.
Y ahora suena Lobo López de Kiko Veneno y esa canción tan triste y sutil tampoco me hace considerar con mejores ojos mi talento.

*****

Días después, el hombre del segundo dijo a los policías, hablando de la mujer que tenía el cuello roto y que, desmadejada, quedaba oculta por la sábana que alguien piadoso había puesto sobre ella, que no sabía nada, pero que a él la chica siempre le había parecido algo ligera de cascos. Vamos, que creía que era puta, y lo decía bajando la voz, para que nadie pudiera pensar que encontraba satisfacción en criticar a los muertos. Eso sí, nunca había oído que la chica llevara allí a los clientes ni había visto a hombres subiendo a su casa. Se trataba más bien de una impresión, de que él, y lo decía bajando un poco los ojos, con una humildad fingida, tenía un sexto sentido para darse cuenta de esas cosas.
El portero, que presumía de estar enterado de todo lo que ocurría en su finca y que, tras su cara de pánfilo, demostró un agudo sentido de la observación, según los detectives que lo interrogaron, dijo que creía que la señorita Andrea había estado deprimida porque ella era una mujer que normalmente cuidaba mucho su aspecto, que daba gusto mirarla con esas faldas tan bien cortadas y tan discretas que siempre llevaba y con esos zapatos buenos de tacón, que se veía que eran buenos a la legua, pero que en la última semana se la veía salir a la calle de cualquier manera, incluso con un chándal, decía aquel hombre con el terror pintado en el rostro, como si llevar ropa deportiva fuera el peor de los pecados. Un hombre, por cierto, muy bien vestido para ser portero de una finca, con un atildamiento casi excesivo, anotaron los interrogadores por si aquello servía de algo en el futuro.
La mujer del piso de enfrente no salía mucho de su casa y no pudo ayudar en casi nada a la detective que intentó ganársela utilizando su condición de mujer y madre. La mujer vivía en un piso atestado de libros, llevaba gafas de concha y no veía la televisión ni oía la radio. Tampoco tenía internet. Tal y como le dijo a la detective, no le gustaba mucho el mundo de hoy y hacía ya quince años que había tirado su televisión, un aparato que le quitaba demasiado tiempo, enfrascada como estaba en la relectura de los clásicos alemanes. Trabajaba de profesora en una universidad privada dos días a la semana y el resto del tiempo lo pasaba en casa leyendo y tomando notas. Una vez al mes hacía la compra por teléfono en un supermercado que ofrecía el servicio a domicilio y, bueno, ni salía con hombres ni tenía más amigos que los escritores muertos en los que empleaba el tiempo. Su aspecto era el de una persona que no se preocupaba en absoluto por lo que los demás pudieran pensar. Una belleza destruida por los libros, anotó alguien con precisión en una libreta.
La chica llorosa, madre soltera y traductora de profesión que vivía en la puerta de al lado, afirmó haberla conocido muy bien, y, tras tragarse la lágrimas que se empeñaban en acumularse en los salientes de su cara, dijo que la iba a echar de menos, que Fátima era una mujer maravillosa que le ayudaba siempre que se lo pedía, que su hijo también la iba a echar de menos —junto a esta afirmación el encargado del interrogatorio había anotado entre paréntesis la expresión: tiene seis meses— y que para una buena persona que había encontrado en la vida, para un persona limpia de corazón que no buscaba nada de ella, ni pretendía nada, ni aparentaba necesitar nada, excepto, tal vez, algo de cariño y de compañía masculina de vez en cuando, algo a lo que ella había renunciado con gusto tras su experiencia con el padre del niño, que para una persona buena y desinteresada que había encontrado ya era mala suerte, que la vida era una putada y que qué iba a hacer ella ahora, sola como estaba y sin nadie que le pudiera echar una mano.
El padre del niño de la chica llorosa confesó haber estado viendo a Fátima a escondidas, y, tras lo que pareció un verdadero acceso de llanto, dijo que se había enamorado de ella y que le había propuesto que se fueran a vivir juntos lejos de su casa y de su ex mujer, a pesar de que escuchar las risas y el llanto de su hijo tras los tabiques lo llenaba de algo parecido al consuelo, ahora que su ex se había empeñado en no dejarle verlo nada más que los fines de semana alternos y estaba dedicando toda su energía a intentar borrarlo de la vida del niño. También dijo que estaba seguro que el hombre del segundo miraba mal a Fátima, vete tú a saber por qué. Según parecía, aparte de los hechos evidentes y de la tristeza cierta, nada más se podía anotar en su expediente.

*****

Se agita, se remueve, se desarrolla, se le busca un final, se centra el punto de vista en cada capítulo en un personaje diferente y ya tenemos una novela con un crimen. Algo de recuerdo, algo de atmósfera, algo de oficio y ya está.
Llamar a eso novela sería análogo a llamar esquiar a lo que yo hago cuando me deslizo por la nieve. Una trampa del lenguaje. Solo eso. Un defecto propio de la generalización. Un error en nuestra manía por encontrar patrones, ese comportamiento incontrolable de nuestros cerebros.

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Y además, seguro que Casavella se revolvería en la tumba. Homero lo tenga en su gloria.

6 comentarios:

david dijo...

Seguramente la coma de la frase "...dos días a la semana y el resto del tiempo, lo pasaba..." sí que le haga revolverse en su tumba, sí, puesta cinco palabras tarde, ejem.

O eso de decir que escriben algo entre paréntesis y luego ponerlo entre paréntesis. Si ya lo has dicho, sobran los paréntesis.

O las exclamaciones alrededor de chandal, tan rematadamente cerca, ¿sólo exclamó esa palabra? Suena raro.

Y, hombre, escribir es cualquier cosa que se haga juntando letras. Ya sé que despreciamos los adjetivos por encima de todas las cosas, por ser el archienemigo pomposo, pero es que una cosa es escribir y otra escribir bien.

O de puta madre.

Protesto tanto por no darte la razón sin más, por no decir que Casavella fue Dios (y nosotros los yonquis de su prosa), porque ya sabes que a mí no me gusta nada darle la razón a nadie.

La independiente dijo...

Bueno, ya están corregidas las erratas. Si serás tocap...

Y sí, Casavella es Dios digas lo que digas. :-P

X.

(si serás..., el caso es llevar la contraria)

S.G. dijo...

David, si lo de la fotografía no fructifica le auguro un brillante futuro como corrector, no se enfade sr. X que el texto ha ganado mucho.

besos literarios para ambos

NáN dijo...

Es más que seguro que Homero no nos tendrá a ninguno en su gloria. De todas formas, no nos íbamos a enterar.

Pero que la literatura no es entretenimiento, estoy dispuesto a defenderlo violentamente; si se tercia. Es pasión con los ojos abiertos y sin pestañear. Es un cuelgue. Pero un entretenimiento, no lo es. No.

Sueño ya con la semana santa y la semana siguiente, que la tengo de vacaciones, para tragarme en el pueblo esas mil páginas.

La independiente dijo...

Hola S.G.,
Menos mal que yo no me enfado cuando las correcciones están bien traídas que si no... :-)

Nan,
No sabe usted la suerte que tiene de no haber empezado siquiera. A mí la novela me ha dejado maravillado.

Besos literarios,
X.

Portarosa dijo...

Coño, pues yo no he leído nada suyo.

Oye, X., pues a mí el borrador este me estaba gustando mucho.