Este
Es mayor y risueño. Quiero decir que es mayor hoy en día, en estos tiempos en los que en las grandes empresas se prejubila a la gente con cincuenta años, justo en la edad en la que alguien se encuentra más preparado para hacer su trabajo, pero ¿quién entiende a los directivos? (O sí, sí que los entiendo pero preferiría no hacerlo, como Bartleby, está claro que desembarazándose de la gente mayor consiguen gente más joven y más servil, casi agradecida por el mero hecho de tener un trabajo, eso sí que lo entiendo.) Entra silbando y sonriendo ufano, contento, como si la vida apenas le rozara, como si siempre se las hubiera compuesto para no acusar el sufrimiento. Por eso sus arrugas están en las comisuras de los labios y de los párpados. Tiene un curioso caminar satisfecho. Me recuerda a un personaje de un cuento de Murakami (músico de jazz, noctámbulo empedernido, padre del protagonista del cuento que vive en el sureste asiático en los años treinta y cuarenta y nunca tiene ningún problema, un personaje liviano y feliz que nunca se sintió atado a nada y que además no lo echó de menos), y la verdad es que me gusta verlo salir a fumar tan contento. Fuma mucho y sale mucho a la terraza y creo, además, que no se mata a trabajar. No sé nada de él, ni siquiera su nombre, pero (no sé por qué) a mí me cae bien.
Sur
Es una mujer pequeña, muy pequeña, con un corte de pelo a lo paje, con las caderas anchas, de unos cuarentitantos, que se mantiene más o menos en forma con mucho sacrificio en el gimnasio (seguro que sus hermanas envidian su figura, en el caso de que tenga hermanas, que no lo sé) y no parece una mala persona. Tiene a su madre enferma, senil, y habla a menudo con un hermano para decidir qué decisiones tomar sobre ella. Parece divorciada, nunca se la oye hablar con un hombre, decir cariño al teléfono ni tampoco un beso ni te veo luego. Estuvo en Estados Unidos hace tres meses, en un viaje de tres semanas que le encantó y que tampoco le costó mucho dinero. Tiene la fea manía de hablar alto por teléfono (razón por la que sé tantas cosas de su vida) y tiene una costumbre que me saca de mis casillas: cuando habla por teléfono, va subiendo el tono progresivamente al terminar las frases, ¿siiiiIIIIII?, ¿veeeEEERDAAAAAÁ? Últimamente no estoy muy al tanto de su vida y no porque haya perdido el interés (que nunca he tenido, por cierto) sino porque cada vez que coge el teléfono para hablar, de forma automática, mi cuerpo responde colocándome los auriculares de mi iPod y dándole al play para tapar con música el ritmillo que me ataca desde dos puestos más atrás. A veces la mataría.
4 comentarios:
Los vecinos no deben saber nunca que escribimos. Que para nosotros son como mariposas que clavamos sobre un corcho y luego nos desinteresamos.
(Creo que hay otros dos puntos cardinales. Los espero).
No, si ellos no lo saben, la verdad. Y lo de las mariposas me ha gustado.
Con respecto a los otros dos puntos cardinales, ya están publicados. Solo tienes que buscar algo más abajo.
Un abrazo,
X.
Buscando Fragmentos de Kawabata llegué a tu blog y me quedé leyendo y leyendo y leyendo...
Ya no recuerdo que buscaba pero tengo la sensación de haber encontrado algo.
Layla
Bienvenida, Layla.
Vuelva cuando quieras. Considérese en su casa.
Un saludo,
X.
Publicar un comentario