miércoles, abril 15, 2009

Vídeo

Lo vemos ante la cámara, moviéndose nerviosamente y hablando con cierta inseguridad, como pretendiendo improvisar sin advertir que lo que uno es capaz de hacer con las palabras no tiene por qué tener un reflejo fiel en una grabación. Un vídeo siempre desarma, permite al que lo ve juzgar por mucho más que por las palabras que se dicen, permite que cualquier desaprensivo pueda ver al protagonista poco confiado, sin estar seguro de estar haciéndolo bien, apoyándose en una pierna y más tarde en la otra, saliendo de plano en un descuido, dejando frases inacabadas, permite que cualquiera pueda compararlo con su propio padre, por ejemplo, que cuando habla por teléfono hace algo parecido, juega con los adornos de la estantería, se revuelve inquieto, como si no se contentara con las palabras y echara en falta la gesticulación y la cara de la persona con la que habla, una falta de rostro que sospecha es lo que empuja a ese padre a acabar abruptamente las llamadas telefónicas, a parecer molesto cuando debe atender al teléfono, pero él sigue allí delante de la cámara, intentado contar algo, leer algo que ha escrito antes y moviéndose nervioso, apoyándose en una pierna y luego en la otra, con el skyline de la ciudad tras él, actuando, sintiéndose falso, sintiéndose un actor malo, un impostor, grabarse es una transacción extraña, piensa, lo es, pero no más extraña que esto que pretende hacer: contar un cuento ante la cámara, porque lo escrito también tiene sus trucos y aunque parece algo secuencial, en realidad no lo es, piensa también, los ojos se mueven coordinadamente pero cada uno de ellos enfoca un punto diferente y más tarde el cerebro reconstruye la imagen en la cabeza y a partir de esa imagen se lanza a elucubrar, a descifrar el contenido de las palabras, saltándose muchas de ellas, ignorándolas; la lectura es algo que se realiza a saltos, aunque la primera vez tengamos la impresión de estar leyendo de derecha a izquierda, en realidad, rellenamos constantemente los huecos que dejamos en el proceso y supongo que eso es lo que hacemos nosotros como telespectadores cuando vemos un vídeo, rellenar los huecos, hacer suposiciones, asignar a la persona que aparece determinados comportamientos, extracción social, costumbres, estados de ánimo, personalidad, intereses y amores.

«Esta mañana había un muerto delante de mi casa. Lo he visto tapado por una sábana blanca, rodeado de varias personas vestidas de naranja y un círculo de curiosos que parecían esperar para asegurarse de que no eran ellos los que yacían sin vida en el suelo. Un infarto, seguro que ha sido un infarto, decían, pero seguían allí, como si no estuvieran seguros de seguir vivos, como si tuvieran la necesidad de comprobar que, en el caso de que alguien de la ambulancia desplazara sin advertirlo la sábana que cubría la cara del muerto, el rostro que aparecería no sería el de ellos, el de ellos que estaban vivos y sentían el sol de primavera en los hombros. Y entonces uno de ellos habría dicho: Dios, es Pepe, lo conozco, fuimos juntos a la mili, joder, qué putada con lo joven que era, que tenía mi edad, coño, cómo es posible que estas cosas estén sucediéndonos ya a nosotros, a nosotros y no a nuestros padres ni a nuestros tíos; Pepe, joder, qué te ha pasado, si estabas en buena forma y no tenías colesterol y además recuerdo que no fumabas y eras un gran deportista; no somos nadie, cuando tiene que tocarte te toca y ya está. Pero la sábana no se movió y siguió sobre el cadáver, siguió sobre él y yo solo podía ver la silueta de la cara debajo de ella, solo podía intuir el tamaño del hombre, era verdad que parecía en buena forma y a lo mejor no se trataba de un infarto sino de un accidente, algo que le había caído en la cabeza pero no, no era posible, porque en ese caso también hubiera estado allí la policía tratando de averiguar algo sobre lo sucedido y solo se veía la ambulancia aunque sí que parecía intuirse a lo lejos el sonido de más sirenas y tal vez se tratara de que el muerto delante de mi casa estaba recién muerto, y todavía la policía no había tenido tiempo de llegar o de que algo los hubiera tenido ocupados y no hubieran podido llegar antes, algo más grave aún, un asesinato, un ajuste de cuentas, un tiroteo indiscriminado en la universidad. Y cuando, tras media hora, montaron al muerto en la ambulancia, pude ver su cara y me pareció la de mi hermano y entonces cogí el teléfono para llamarlo, para asegurarme de que todo había sido una tontería, que no había visto bien al cadáver, porque no podía ser él, no podía ser él, eso es lo que piensaba mientras esperaba con el corazón en un puño y entonces mi hermano contestó ¿diga? al teléfono y sentí un alivio indescriptible. Sí, indescriptible.»

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