El día que decidí inventarme aquel personaje también decidí matarlo en el segundo párrafo.
Se llamaba Augusto y a pesar de su nombre, era un tipo ridículo, bajito, con mal aliento y gafas de culo de botella. Sin embargo, era el mejor experto en sellos del siglo XIX que había en todo el país y era tan conocido en el ambiente numismático que los que se ganaban la vida con los sellos le consultaban antes de comprar nada. Vestía el mismo traje ajado desde que tengo memoria. Lo recuerdo hace muchos años con su bigote manchado de nicotina, a la puerta de su negocio, fumando un cigarrillo y mirando burlonamente cuando alguien se detenía a mirar su minúsculo escaparate.
Pero un buen día su negocio permaneció cerrado durante una semana completa y en el bar me contaron que no sabían qué había sido de él. Y la verdad es que me preocupé. Sobre todo porque no hago nada más que darle vueltas a la cabeza pensado en cómo puede escapar de su destino un personaje imaginario. Y acabar muriendo en el tercer párrafo en lugar de en el segundo. Enfisema, claro.
El maldito se ha burlado de mí.
4 comentarios:
Xavie, no te apures, lo he encontrado en un proyecto de relato, durmiendo la mona en la esquina de una metáfora. Un abrazo.
Mi sonrisa, como la muerte de tu protagonista, también ha llegado en el tercer párrafo. No sé si se la esperaba antes.
El cuento es genial.
Un beso.
Rythmduel, hazme el favor de decirle a Augusto que abandone la bebida (si no acaba con él una cosa, acabará otra, al final ya veremos...)
Princesa, me alegra hacerte sonreir. Gracias
Abrazo y beso
Xavie, resucítalo para un relato más largo. Se lo merece...
¡Quiero saber más de Augusto!(Yo creo que da hasta para una novela de espías)
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