En los últimos tiempos, le sucedía que a veces estaba en casa tranquilamente, leyendo y escuchando música y entonces un recuerdo (“la memoria es como un perro estúpido”, había escrito Ray Loriga en una novela, “le tiras un hueso y te trae cualquier otra cosa”) provocaba que su cabeza tirara del hilo y tirara del hilo hasta adquirir una conciencia casi física de su soledad. En aquellos momentos se quedaba quieto, dejaba de leer, dejaba de prestar atención a la música que escuchaba, se quedaba mirando la pared de enfrente o la ventana sin ser consciente de estar viendo lo que sus ojos enfocaban (un punto muy pequeño que se mueve como el rayo, aquí y allí, arriba y abajo, a la manera de un escáner de retina) y sentía como un hueco blanco o negro en la boca del estómago.
¿Cómo es posible que haya llegado a esto?, ¿en qué momento se fue todo a la mierda? Uno se limita a levantarse a diario, a ponerse con cuidado los calcetines y la ropa interior, a sorber (sip en inglés, una palabra que le parecía más exacta) rápidamente un té templado, a salir con la música puesta y a intentar llegar a casa a una hora razonable. Pero llega un día en que mira hacia atrás y ve una línea, una trayectoria que no había advertido cuando transitaba por ella, a la manera de un camino forestal que no se diferencia de cualquier otro camino entre los árboles y en el que aparecieran las señales una vez que se ha pasado por él. Y esa línea estaba ahora entre dos aguas, justo en una cresta entre valles.
Así era su vida ahora. Una vida con una extraña falta de responsabilidad, que se veía asaltada por recuerdos, por imágenes, por sabores y olores de otro tiempo, de un tiempo en el que había alguien ahí para recoger sus pedazos cuando, debido a la fragilidad de su carácter (siempre había sido un tipo apocado) se hacía añicos por alguna minucia.
Y fíjate ahora. Solo. Solo y acorazado. Con una cubierta de acero que encerraba un corazón de cristal, como si su cuerpo fuera un experimento del siglo XVIII.
Ya no era el mismo, había cambiado como producto de la necesidad, había mutado, se había transformado en otro. Alguien preparado para afrontar los sinsabores. Pero, eso sí, alguien que, recordando los versos de Rosales, a menudo se bañaba con la tristeza propia de un suicida, porque todo es igual y tú lo sabes.
Por eso, porque aunque pretendiera no estar afectado por esa tristeza difusa que se había condensando en su habitación, en su comedor y en su estómago, había acabado por decidir cambiar de casa, de país y de idioma. Y, por supuesto, de plano.
Había decidido irse a vivir a la realidad. Estaba harto de vivir en este relato triste de abandono. Estaba seguro de que la realidad ofrecería otras perspectivas. Incluso, de vez en cuando, podría tener algún buen día, de esos con alegría y carcajadas. ¿Quién sabe? De lo que estaba seguro es que no soportaba vivir ni un segundo más en estas 526 palabras.
6 comentarios:
Hola Donna,
¿Este sí es bueno?. Esto es, los anteriores no, claro... :-D
De cualquier manera, tomaré nota y exploraré esta línea, tal y como dices.
Y gracias por lo de los puntos después de signo de interrogación. Se me había pasado, la verdad.
Un beso
Xavie
Machacantes a mí...
Bah, para un potentado como yo, todo lo que se puede comprar con dinero no tiene verdadero valor. Bah.
Tenga usted unos €€€€€€€€€€€€, y modifique la crítica (le dijo el director del periódico al crítico díscolo que todavía creía en el arte).
De todas maneras, gracias.
Que me place, bella dama.
Xavie
Pues has vuelto a poner un punto después de la interrogación.
A mí me ha gustado mucho, Xavie. Como tantos otros... XDDDD
He mirado el texto y no encuentro el maldito punto. Creo que ha debido esconderse justo en la parte de abajo de algún punto y coma para no dejarse ver. El bribón.
Gracias, una vez más
Un abrazo
No, lo has puesto en un comentario, después de "¿Este sí es bueno?"
:)
muy bueno!
cada día mejor!!
"yo puedo"
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