Estaba sentado en el avión, en clase turista, en esa posición tan incómoda que nos obligan a adoptar a cambio de transportarnos a miles de kilómetros y decidió echar un vistazo a la revista de la compañía aérea. Y allí encontró aquel artículo que le hizo sentirse triste el resto del viaje.
El artículo hablaba de algo que en inglés se llamaba “road warriors”, guerreros de la carretera en traducción literal, un nombre inventado tiempo atrás para los viajantes que se pasaban la vida viviendo en moteles y limpiándose el polvo de los zapatos gastados; yendo de aquí para allá por la inmensa geografía de los Estados Unidos. Claro que ahora hay aviones y ese nombre se ha mantenido para aquellos que, a imitación de aquellos tristes viajantes, se pasan la vida en un avión.
Leyó en el artículo que lo normal es que esta gente pasara hasta 300 días al año volando. Había, por tanto, muchas posibilidades de que la mayoría de los que viajaban con aquella compañía aérea acabara leyendo aquel artículo de tono almibarado y amable. Un artículo que los presentaba como la punta de lanza de la sociedad occidental, como triunfadores, como personas dinámicas que siempre estaban pisando la moqueta de los aeropuertos. Que ganaban suficiente dinero para comprar una casa que sólo podrían habitar 50 días al año, una casa que no sería capaz de reconocer a su dueño, que años después de haberla comprado seguíría oliendo a nuevo.
También dió con las respuestas de estos viajantes a una pregunta de la revista: ¿cuál es tu mantra personal?. Y las había de dos tipos. Las primeras hablaban de las tarjetas de las compañías aéreas, esas que después de un millón de kilómetros te conceden la gracia de cambiarte un billete en clase turista por uno en primera. Nuestros guerreros sólo se sentían realmente reconocidos en su labor cuando conseguían algún trato de favor por ellas. Algo que le recordó las respetuosas reverencias de los antiguos operarios de las fábricas ante el dueño o el director; las segundas hablaban de lo que echaban de menos a sus familias, a sus hijos, a sus mujeres y a sus perros, de cómo añoraban los atardeceres tranquilos en el suburbio, esos lugares en los que se pueden ver a decenas de personas sentadas en sillas de jardín, mirando al cielo mientras se pone el sol.
Pero lo que realmente le provocó aquella oleada de tristeza no fue el artículo, sino un anuncio insertado entre sus páginas, un artículo dirigido específicamente a ellos, a personas que no tienen tiempo de ocuparse de su propia vida. El artículo decía “Outsource your personal life”, es decir: subcontrata tu vida personal. La empresa, una agencia matrimonial, ofrecía ocuparse de tu vida de una manera responsable, profesional y confidencial. En primer lugar, te hacían una entrevista de una hora de la que extraían tu perfil, después intentaban encontrar candidatas como tú, demasiado ocupadas con su trabajo para encontrar a alguien, y su trabajo finalizaba cuando conseguían organizar un almuerzo de una hora entre los dos. Lo que pasara después de aquel primer encuentro ya no dependía de ellos.
Durante el resto del viaje, sintió algo que se parecía a la desesperanza cuando imaginó a todas aquellas personas, volando de un sitio a otro y manteniendo fugaces relaciones sexuales en los baños de los aeropuertos, echando de menos a sus perros y a sus atardeceres y agradeciendo el cambio de turista a primera.
3 comentarios:
Hola Xavie.
Ante todo muchas gracias por tu contribución en mi blog (¿recuerdas aquellas pajas mentales sobre el humor?). Entre pitos y flautas va pasando el tiempo y se me olvida, cuando menos, darte las gracias. Te he leído de vez en cuando (gracias al link que tiene Portorosa en su blog). Y no te he comentado hasta hoy. No sé por qué.
Lo que cuentas hoy es bien triste. Tan triste como real. Y no sólo les pasa a los viajantes. Mira, mi compañero de piso lleva cinco años viviendo en Madrid y ¡todavía no conoce a nadie! Es cierto. Ni siquiera a un vecino. Lo curioso es que él no es viajante.
Bueno. Lo dejo por hoy (volveré más a menudo). Besotes. C.
Pues eso me parece a mí, que es bien triste estar tan equivocado.
Y lo siento por tu compañero, hay muchísima gente como él, que no tiene tiempo de tener su propia vida personal. Una pena esto que nos hemos montado.
Un saludo,
Triste, sí. Deprimente, incluso.
Y sólo tras una entrevista de una hora...
Un abrazo.
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